“Era de noche”, dice lacónicamente el evangelista. Quiere indicar no sólo la noche como ausencia del día, sino la noche como presencia de las tinieblas del pecado, de la oscuridad del egoísmo y la sutil niebla de la traición.
Desde el punto de vista humano, la vida de Jesús termina en un rotundo fracaso. Parece como si sus palabras tan llenas de vida, sus signos liberadores y sus gestos en favor del hombre no hubieran servido para nada. Nadie ha podido decir, con más razón que Él, aquellas palabras del profeta Isaías, que se proclaman en la misa de hoy: «En vano me he fatigado; inútilmente he gastado mis fuerzas».
A la hora de la verdad, apenas si había media docena de personas en el Calvario junto al Crucificado. Ni los pobres a los que había defendido; ni los enfermos a quienes había curado; ni los discípulos, testigos de tantos signos, estaban allí. Humanamente hablando, su vida terminó en un profundo fracaso. Quizá por eso Jesús resulta poco atractivo para nuestro mundo, tan pragmático y tan volcado en la eficacia.
“Uno de vosotros me va a entregar”. Sentencia Jesús desahogando su corazón. Abatido por el final de la historia, abre sus sentimientos en una queja amorosa.
El relato sigue con un diálogo dramático, que culmina en una actitud apasionada de Pedro: quiere seguir al Maestro allá donde vaya, muriendo con él si es necesario. Pero el Señor le sitúa en la realidad de su debilidad, indicándole: “me negarás tres veces”. Todavía el impulsivo Pedro tiene que descubrir que la fuerza de la vida no está en la propia voluntad de hacer las cosas; sino en la voluntad que Dios tiene de salvarnos.
Por ello, sabemos que de su cruz ha brotado la vida. Cuántos miles de hombres y de mujeres han encontrado en el Crucificado -y seguimos encontrando también hoy- un motivo para vivir y para morir. Por eso, alguien ha podido decir eso tan desconcertante de “que tiene este muerto que preocupa a tantos vivos”.
Este fracaso humano de Jesús tiene que hacernos pensar a sus seguidores. Porque indudablemente, la eficacia es también un valor y el pragmatismo no tiene por qué ser malo. Pero no deberíamos dejarnos engañar por las apariencias: en el fracaso de muchas cruces humanas, se esconden hombres y mujeres humildes que entregan su vida por amor.
La cruz, un aparente fracaso, es el árbol que germina en vida. Porque lo verdaderamente valioso es lo que se realiza con hondura: Con la hondura de la fe y con la fuerza del amor.
Déjanos, Señor, que nuestras cruces acompañen tu Cruz. ¡Y resucitaremos contigo!