Con nuestra mentalidad del siglo XX, casi nos suena a leyenda oriental. Una estrella revela a unos Magos que «¡ha nacido el Salvador!». Luego, la piedad popular ha completado la escena. Los Magos son tres: uno blanco, otro amarillo y otro negro ¡Qué colorido! Es un mosaico de las razas humanas. Todas, ya desde el inicio están invitados a contemplar al recién nacido Hijo de Dios, al Mesías Salvador. Los pastores acaban de irse. Qué maravilla de nacimiento ¡sin exclusivas publicitarias!
Estos tres personajes, con sus dones y sus pajes, parecen desentonar con el contexto de pobreza en que se expresa la Navidad. Pero no. Los Magos, con su adoración solemne y grandes honores, descubren al Dios que se esconde en el Niño Jesús. A ellos se ha manifestado primero el Señor, pero ellos mismos son ya una manifestación de Cristo Salvador: Dios quiere mostrar a su Hijo a todos los hombres, a todos los rincones.
Estos Mayos, reyes con poder y dinero, no se asombran ante el cuadro encontrado: una mujer con un Niño, y de cuna un pesebre. Ellos quedan rendidos ante el pobre de Belén. En representación de todos los que a lo largo de los tiempos buscarán al Señor, ellos le contemplan admirados: es el asombro de la fe. Dios no puede ocultarse, por eso brilla más que las estrellas.
También cada uno tenemos una estrella que nos guía a través de la noche de los sentidos a la claridad de la aurora de la fe. Dios no deja a nadie sin su Epifanía, sin su manifestación, con signos como estrellas, que son besos divinos. El problema del hombre de hoy es mirar al cielo y descubrir entre las estrellas su camino hacia Dios.
El encuentro con el Mesías se hace ofrenda de agradecimiento: «le llevaron oro, incienso y mirra». Y esto nos desorienta un poco: siempre hemos pensado que el oro es para amontonarlo y estamos acostumbrados a ver correr a la gente detrás de él, y nunca se nos ocurrió que alguien pudiera correr detrás de una estrella para depositar todo el oro que se tiene a los pies de un Niño pobre, en un pesebre.
Y el incienso, que suena a divino, es sólo ofrenda para Dios, pero a veces lo convertimos en droga que se nos sube a la cabeza y bajo su efecto empezamos a ver a todos como inferiores. El incienso hay que depositarlo, como olor agradable, sólo a los pies de Dios. También le ofrecieron mirra, un perfume oriental que significa fiesta y alegría. La alegría que tuvieron al ver “el rostro del Mesías”. La alegría es un artículo de primera necesidad. Por eso los Magos la comparten y la ofrecen.
Cada uno de nosotros estamos llamados a manifestar a Dios al mundo. Aunque seamos poca cosa: ¡más vale encender una cerilla que renegar de la oscuridad!
¡Ojala que a todos nos guiara en la vida una estrella!