EL MAESTRO PONE LAS CARTAS SOBRE LA MESA. Jesús convoca a sus discípulos y amigos a una cena de despedida. Están celebrando la Pascua, la gran fiesta judía y quiere convertir aquella cena pascual en una Última Cena de despedida y anuncio. No es una cena fácil. Son momentos de dramatismo. El Maestro anuncia: Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar. El evangelio con agudeza nos dice: los discípulos se miraron unos a otros perplejos, por no saber de quién lo decía… Quedan en silencio… la curiosidad les come. Y Pedro hace señas a Juan, el discípulo amado, para que lance la pregunta: ¿Señor, quien es? El Maestro contesta: aquel que moje su pan en mi plato…
El Maestro quiere significar que la traición viene de uno que come con él, que vive con él, que le ha escuchado y admirado, que ha compartido con todos ellos el polvo del camino y la ilusión del mensaje de la Buena Noticia. Está hablando de la traición de un amigo. Y Jesús, desafío al traidor: Lo que tienes que hacer, hazlo enseguida. Y salió Judas. Era de noche… señala el evangelista con precisión. Sí, la oscuridad es el refugio de los cobardes.
Jesús quería que aquella noche fuera la noche del amor entregado de la Eucaristía, preparado con el gesto grandioso del lavatorio de los pies. El Maestro había dado el ejemplo mayor: inclinarse ante cada uno y lavarle los pies y enjugarlos con una toalla, el gesto de los esclavos. Jesús quiere significar que ha venido a «servir y no a ser servido». Y que el servicio va a culminar con el gesto de la entrega: Nadie tiene más amor que el que da la vida por los amigos, les había enseñando. Y ahora quiere morir hasta entregar la vida por todos. Un poeta dice que la cruz tenía más de cuatro clavos: la traición de Judas fue el quinto, la primera herida que traspasa el corazón de Cristo. Porque el dolor comenzó siendo incruento, las heridas comenzaron en el alma. Nuestro pueblo ha sabido muy bien expresar ese sufrimiento sicológico de la traición y el abandono, de la soledad y el vacío. En la traición del amigo, comienza la auténtica calle de la Amargura.
Pedro, el impulsivo Pedro, quiere romper el hielo de la escena y le dice al Maestro, cuando lo ve angustiado: Señor, daré mi vida por ti. Y de nuevo el Maestro, mirándolo fijamente, con cariño y compasión, le anuncia: ¿Conque darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes de que me hayas negado tres veces. Pedro baja los ojos, y mira su propia debilidad.
Dramático noche la de aquel día… a tanto amor… tanta traición. Sin embargo, el Maestro no se arredra, él sigue su marcha, entre el dolor y el sufrimiento: hacer la voluntad de su Padre es su alimento. Él sabe que la traición no puede ser la última palabra. Y ya piensa su sentencia desde el trono de amor, que es la cruz: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen…
En este grito de la cruz, todos fuimos perdonados… todos fuimos salvados, a pesar de que a veces, hemos traicionado al Amigo.
Alfonso Crespo Hidalgo