
“No amemos de palabra ni de boca, sino con obras y según verdad”. Esta es la recomendación que nos deja San Juan en su Primera Carta. Nosotros lo hemos traducido a un refrán popular: “Obras son amores y no buenas razones”.
Cuando Jesús está despidiendo de sus colaboradores más íntimos, de los apóstoles, les resume todo su mensaje en un Mandamiento nuevo: “Os doy un Mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado”.
Es el Mandamiento nuevo, convertido hoy en el mandamiento “de siempre”. Porque no hay mandamiento que no hunda sus raíces en éste: es el mandamiento que da vida y energía al resto de las normas de nuestra vida cristiana.
San Pablo explicaba a las primeras comunidades la vida moral del cristiano con una reflexión sencilla: “si eres cristiano… actúa como cristiano”. Es lo que se llama en moral el “indicativo y el imperativo paulino”.
El indicativo nos dice lo que somos: ¡somos hijos de Dios! Y esto exige profundizar en nuestra condición de creyentes. Pablo y Bernabé, apóstol y discípulo, emplearon todas su energías en predicar el Evangelio de Jesús, y ensancharon los horizontes del Reino de Dios: “Se iban sumando nuevos gentiles al Reino de Dios, y la Iglesia gozaba de paz”. O lo que es lo mismo: las comunidades vivían aquellos que predicaban. No es suficiente “ser cristiano”. La identidad debe contrastarse continuamente con la expresión de la misma en todas las actividades de la vida. El “ser” se complementa con el “hacer”.
Y en esta correlación surge el imperativo cristiano: hay que hacer honor al nombre que llevamos, “si somos cristianos, actuemos como Cristo”. Y Cristo nos dejó una consigna primordial: “Amaos”. Y a este amor le puso una medida:«como yo os he amado». Y puntualizó: “Nadie tiene más amor que el que da la vida por los amigos”. Y a nosotros nos contó entre ellos.
La moral cristiana no surge de un conjunto de leyes y normas, sino que brota de una Persona que se convierte en norma de todo. La moral cristiana, que tiene su eje fundamental en la vocación al amor, surge de una experiencia básica: Dios nos amó primero… Y así nuestra vida se convierte en un continuo ejercicio de amor como respuesta al amor desbordado que brota de las entrañas de Dios Padre.
La moral cristiana es devolver a Dios lo que Él nos entrega: amor a fondo perdido.