El Maestro lleva tiempo enseñando a sus discípulos. Y ahora, es el momento del examen. Sólo plantea una pregunta: ¿Quién dice la gente que soy yo?
Estamos a final de curso. Tiempo de evaluación. Y quizás el evangelio de hoy nos invita precisamente a que cada uno nos autoevaluemos. Y aquí la pregunta del examen «se ha filtrado» y está servida. Hoy, la mirada y el interrogante del Maestro se dirige hacia nosotros fijamente y nos pregunta: «¿Quién soy yo para ti?»
Y cuando hablamos de personas, no valen los discursos aprendidos, las definiciones de memoria, recuerdo de nuestro aprendizaje de catecismo infantil. A una persona no se le define con palabras prestadas, sino con la expresión de las vivencias y experiencias compartidas. ¿Podrías acaso definir a tu madre, simplemente enseñando su carnet de identidad? Tu madre es algo más para ti: es fruto de una vida en común, de vivencias, alegrías y dolores compartidos…
De la experiencia surge la fe incondicional en las personas que amamos. Por eso es Pedro, el amigo del Señor, el que compartirá con él experiencias de negaciones y confesiones de amistad, quien responde: ¡Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios! ¡Sobresaliente! Esta es la respuesta acertada, la definición exacta de quién es Jesús: ¡Es el Hijo de Dios!
Para poner esta exclamación en nuestros labios no basta con el solo el esfuerzo humano, con la búsqueda fría de la razón, sino que fluye de la experiencia gratificante del contacto íntimo con el Maestro en la oración y los sacramentos, en la interiorización de las palabras y los gestos de Jesús, que se hacen caridad y amor al prójimo, incluso al enemigo. Sólo quién ha amado intensamente a Dios y al hermano, puede exclamar: ¡Tú eres el Hijo de Dios! Por eso, este es un examen que no lo aprueba sólo la inteligencia: necesita la fuerza del corazón iluminado por la fe. Podemos afirmar que «creemos porque amamos». En el relato evangélico, el Maestro alaba la respuesta acertada de su discípulo: ¡Dichoso, tú, Simón Pedro, porque tu respuesta no te la revelo nadie de carne y hueso, sino mi Padre Dios que está en el cielo!
Seguir a Jesús, es querer vivir como El vivió. Pero el Maestro vaticina que habrá persecución y muerte… ¡que tan sólo puede ser de los suyos, aquel que es capaz de negarse a sí mismo! Y quien le sigue tiene una meta asegurada: aunque pierda su vida por la causa del Maestro, la gana. A la respuesta de Pedro, se une también la experiencia de Pablo, que escribe a Timoteo: He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. El Señor, me ayudó a predicar íntegro este mensaje. Ahora me aguarda la corona merecida; el Señor me premiará.
Alfonso Crespo Hidalgo