Una mejor distribución de las riquezas haría un mundo menos malo. Si los que creemos en Jesús fuéramos fieles a sus enseñanzas, sin duda alguna que la transformación social sería de tales dimensiones que se solucionarían muchos de los problemas que tenemos y que convierten en valle de lágrimas lo que debería ser la casa de todos los hermanos. Desprendernos de lo superfluo para resolver las carencias que otros tienen no solamente es un buen gesto, sino que es una obligación moral. Y repartir incluso de lo que necesitamos para nosotros es lo que nos enseña el Evangelio.
Los cristianos estamos llamados a participar en la construcción de un mundo mejor. Por eso las alegrías y sufrimientos de los demás debemos asumirlos como