Nuestros silencios ante las injusticias que vemos por doquier y ante las muertes de seres humanos inocentes y la lapidación de la verdad y la negación del amor, nos hacen cómplices de esta podrida situación que domina nuestra sociedad. Los creyentes hemos de alzar nuestra voz, sin miedo, convencidos de que esto puede cambiar si nosotros asumimos que debemos predicar y vivir el Evangelio. Porque en nuestras manos, con nuestra palabra y nuestro ejemplo de vida, está el poder mejorar el mundo que nos rodea y hacerlo más humano y solidario.
Vivimos en una sociedad agitada por los ruidos externos a la persona, las envidias, cuando no el odio, de unos hacia otros, el materialismo destructor