¡Cuánta maldad se instala en las personas que viven apegadas al dinero y a todo lo que él significa! Para muchos, probablemente para la mayoría de los seres humanos, es el dios al que se le rinde pleitesía y por el que están dispuestos a cometer las mayores injusticias, incluso a matar. Mejor nos iría a todos si le destronáramos del trono en el que le hemos encumbrado y lo pusiéramos al servicio de las necesidades humanas, compartiendo con los que menos tienen y utilizando solamente lo necesario para nosotros.
La santidad no es para las personas tristes y amargadas. Ni para los que se quejan continuamente de que todo les va mal. Tampoco para