Nuestra sociedad, formada por creyentes y no creyentes, está necesitada de personas que vivan la virtud cristiana de la humildad. Son las personas humildes las que más pueden hacer para mejorar la convivencia que tantas veces vemos saltar por los aires por culpa de la soberbia y el egoísmo que el hombre lleva dentro de sí, al considerarse superior a los demás y a buscar únicamente su propio bienestar.
Vivimos en una sociedad agitada por los ruidos externos a la persona, las envidias, cuando no el odio, de unos hacia otros, el materialismo destructor