Abrirnos a nosotros mismos y a los demás, conscientes de que en nuestros corazones es donde están la libertad y la fuerza para cambiar nuestras vidas y ponerlas al servicio de la causa del evangelio. Esto es a lo que se nos ha invitado, una tarea que no debemos eludir, porque en ella nos va nuestra salvación y la salvación de muchos. Rompamos las cadenas que nos impiden abrir nuestro corazón a Dios y a los hermanos.
Ante los que no son creyentes podemos tener diferentes comportamientos. Uno de ellos, y es el más correcto, es intentar que conozcan nuestra fe y