Dios es Padre misericordioso en grado infinito. Está dispuesto a perdonar siempre, por muy grandes que sean nuestras infidelidades. No tengamos, pues, nunca miedo de acudir a Él cuando precisemos de su perdón. Tengamos la humildad suficiente para acercarnos a suplicarle que, como hijos pródigos, nos acoja, aunque sea en el último rincón. Confiemos en su bondad, porque, aunque nosotros le fallemos, Él nunca nos dejará tirados.

Quejarnos porque hay problemas en la sociedad no conduce a nada. Lamentarnos porque los que están llamados a dirigir los asuntos públicos no actúan como