Como humanos que somos, con todas nuestras debilidades, tenemos nuestra sensibilidad a flor de piel y sufrimos cuando nos critican y nos enorgullecemos si nos alaban. Eso, ante Dios, poco o nada cuenta. Él sabe cómo somos, conoce nuestras miserias, también nuestros esfuerzos por intentar salir de ellas y vencerlas. Por lo tanto, no intentemos engañarnos a nosotros mismos. Intentemos, más bien, en esforzarnos por ser mejores cada día, que eso sí nos hace avanzar en el camino que hemos de recorrer como creyentes en el Señor Jesús.

Los cristianos que tratamos de seguir fielmente las enseñanzas de Jesús no debemos encerrarnos en nuestro pequeño mundo geográfico o mental. Hemos de estar abiertos