La escena de la Visitación de María a su prima Isabel describe, con grandiosa sencillez, el encuentro de dos mujeres que llevan dentro de sus vientres un hijo. Los piropos que el Evangelio pone en boca de Isabel, son las primeras letanías de alabanza a María: «¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!». Y mirándose a sí misma reflexiona en alto: «¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?». El diálogo culmina en una bienaventuranza dirigida a María por Isabel: «¡Bienaventurada tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá!». Esta escena de la Visitación esconde una grandiosa profesión de fe: la fe de María, que lleva dentro de su vientre al Salvador y la fe de Isabel, que descubre en el vientre de su prima al primer Sagrario que lleva al Hijo de Dios.
Pero el pasaje de la Visitación viene precedido por la escena de la Anunciación, una de las páginas más hermosas del Evangelio que nos regala el diálogo sublime del ángel Gabriel con María. Cuando la doncella recibió la propuesta del ángel de ser la Madre el Salvador, esta le sorprende con una pregunta: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?». Y el ángel, «mensajero de Dios» responderá a la inquietud de María con la explicación más sencilla del Misterio de la Salvación: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios». Y María asiente: «Hágase en mí según tu palabra». Es la respuesta creyente de María a un Misterio que le desborda: ella será la Madre del Mesías. Sólo desde la fe, se puede aceptar este misterio insondable. Porque la fe es dar «un salto generoso de aceptación de lo que no vemos, fiados de la Palabra de Dios». Y María se fía de Dios.
En las dos escenas, la Anunciación y la Visitación, encontramos una bella síntesis de las virtudes primordiales del cristiano, esas actitudes profundas que deben motivar la vida de los creyentes: la fe, la esperanza y la caridad. Son las virtudes teologales; así llamadas porque nos unen a Dios. El sí generoso de María, que nace de la fe, engendra esperanza y caridad.
Hoy, nosotros, como Isabel, agradecemos a María su sí confiado y le alabamos: «¡Bienaventurada tu que has creído!». La fe lanza la mirada al futuro y engendra la esperanza: “Desde ahora me llamarán dichosa todas las generaciones”. La fe es el sustento de la esperanza cristiana: «porque creemos, esperamos», dice el apóstol Pablo. Y María convierte su tiempo de espera del nacimiento del Hijo en un «tiempo de esperanza para toda la humanidad». En ella se cumplen las promesas de Dios: la Salvación del hombre, la venida definitiva del Reino es llevada en el vientre de una mujer sencilla.
La esperanza no es espera pasiva y María traducirá en obras de amor su tiempo de espera y esperanza. La fe es un estallido de amor que produce frutos de amor. María se desvive en caridad. Por eso el primer gesto de María será visitar a su prima Isabel, que estaba encinta y necesitaba ayuda.