“Bienaventurados los pobres…” exclama Jesús, mirando a una multitud que le aclama. Ciertamente es esta una proclama lejos de cualquier pretensión política: en una campaña electoral, un programa que comience con estas palabras tendría poco futuro.
Cuando todos deseamos tener más, viene el Evangelio y nos dice: ¡bienaventurado quien tiene menos! Es la lógica del evangelio, que choca casi siempre con la lógica del mundo.
Pero hay más. Todos sabemos que esta bienaventuranza se completa con otras siete. También se dice, bienaventurados los pacíficos, los que lloran, los que pasan hambre, los que sufren persecución por el Reino,… Son ocho recomendaciones para ser feliz. Pero tienen su truco. Toda buena receta siempre tiene un ingrediente escondido.
Será bienaventurado, quien viviendo una de estas situaciones, las vive por el “Reino de los cielos”. No es que Jesús justifique el hambre, la pobreza, el sufrimiento o la persecución. Lo que Jesús propone como programa es poner el ser y la vida, el todo de cada uno, en otros valores: en aquellos que no se pueden comprar. Y aceptar, también, la vida en su dimensión menos grata.
Las Bienaventuranzas se denominan «Carta Magna de la Iglesia». Ellas son la presentación y el banderín de enganche de un estilo de vida, de una manera de vivir y comportarse como el de Jesús.
Quizás las veamos mejor si, desde el lado negativo, analizamos aquello que denuncian: no será feliz el que pone su afán en el dinero, no será feliz el que pone su interés en los sentidos desnudos de humanidad; no será feliz el que ha perdido las entrañas de la conmiseración y no llora con el que llora; no será feliz el que teniendo mucho no se hace pobre al compartir con el que menos tiene.
Las Bienaventuranzas, en el Sermón de la Montaña son como un trueno que rompe la normalidad. Como hoy nos rompe la normalidad, en pleno siglo de la abundancia, el dolor, el hambre, la guerra, la xenofobia.
Esta realidad nos dice que simplemente somos humanos. Pero lo que Jesús propone en las bienaventuranzas es que nos parezcamos a Dios, que tengamos entrañas divinas, que descubramos en el día a día a aquel que nos necesita. Y sobre todo que descubramos que ser cristiano es responder a la gracia de Dios con un estilo de vida marcado en las bienaventuranzas.
En realidad, Jesús nos propone algo muy radical: construir un mundo «contracorriente».
Alfonso Crespo Hidalgo