«No hay peor ciego que quien no quiere ver», dice nuestro refranero. A veces, nosotros deambulamos por la vida como «ciegos voluntarios». Tenemos ojos y no vemos; mejor no queremos ver.
La Resurrección de Cristo es un derroche de luz. Dios se revela en Jesucristo como la Luz que vino al mundo, para rescatarnos de las tinieblas del pecado y conducirnos por los caminos de la vida. La Resurrección del Señor ilumina la historia y abre cada biografía personal a un horizonte lleno de esperanza. Así lo reveló Jesús a Nicodemo, en plena noche.
Pero Dios nunca se impone por la fuerza: el amor siempre se ofrece. No violenta a nadie, sino que se brinda al mundo como la luz de la aurora, buscando la respuesta libre y generosa. Como dice san Pablo: Dios nos ha resucitado con Cristo Jesús, por pura gracia nos ha salvado, sentándonos en el cielo con Él.
Y aunque la certeza de la salvación está acreditada en la Resurrección del Señor, sin embargo, los hombres andamos enredados en los lazos del egoísmo y rechazamos esta oferta de salvación. Como dice el evangelio: preferimos las tinieblas a la luz, porque nuestras obras son malas. En realidad, somos como niños, apagamos la luz para que no se vean nuestras obras malas, sin darnos cuenta que los ojos de Dios traspasan el corazón humano y sacan a la luz lo escondido.
Caminar en la luz es aceptar el derroche de amor de Dios: tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Y el amor reclama respuesta de amor: manifestar nuestra fe, aceptando la luz del Señor y caminando como hijos de la luz, expresando con buenas obras la acogida de su Evangelio.
El hombre moderno, a veces vive envuelto en un «exceso de luz» que le ciega. Nuestro mundo anda cegado por un derroche de consumo, por un río de placer que oscurece el dolor humano, por un caudal de egoísmo que seca las fuentes de la solidaridad. Aunque caminamos con los ojos abiertos, no vemos al hermano más necesitado porque no abrimos los ojos del corazón. Y hoy, Dios nos grita, o mejor, nos susurra con tono de enamorado «¡abre los ojos… y contempla tu salvación!» Dios nos ha enviado a su único Hijo para que vivamos a la luz de su amor e iluminemos nuestra vida con rayos de caridad y, como dice san Pablo, nos dediquemos a las buenas obras. Pero… «No hay peor ciego que quien no quiere ver…». ¡No echemos en saco roto este derroche de gracia!
Tuit de la semana: Iluminados por la luz de Cristo nuestras obras brillarán como las estrellas en la noche. ¿Soy luz para los demás o solo proyecto mis sombras?
Alfonso Crespo Hidalgo