Convertíos porque el Reino de Dios está cerca, nos grita, hoy, Juan el Bautista. Dios se acerca y, si Dios viene a nosotros, tenemos que preparar el camino al Señor y allanarle la senda de nuestra vida para que se encuentre a gusto con nosotros. Ello puede requerir que tenga que poner orden en mi corazón, incluso un cambio radical de vida. Este cambio de vida, se llama conversión: dejar de mirarnos solo a nosotros para mirar a Jesús; y desde él a los hermanos.
Juan el Bautista, en su propia persona, era un signo vivo de conversión: su ejemplo de vida, su palabra profética, y los gestos singulares del hombre que venía del desierto entrañaban un estilo de vida nuevo. Juan era un hombre quemado por el fuego del Espíritu: el hombre que se alimentaba de esperanza, el hombre de la verdad y la justicia, el hombre que creía en el poder de Dios por encima del poder de los hombres. La figura de Juan el Bautista nos viene, hoy, como anillo al dedo. ¡Qué difícil es encontrar un hombre radical: radical consigo mismo y exigente, sin radicalismos rígidos, con el entorno! Revestido de saco y de perfil austero, el Bautista es alguien que se exige a sí mismo: no ha puesto su afán en poseer, y es un hombre libre; no admite componendas, ni tráfico de influencias en su vida. El es un modelo de profeta. Como dirá Jesús: Juan es el más grande nacido de mujer.
Pero, llevar siempre tiene la verdad en la boca, provoca envidia y persecución. Es la misión del profeta: decid la verdad, aunque en ello se vaya la vida. No es fácil, ni en el entorno social que vivimos ni en la misma Iglesia por desgracia, encontrar hoy hombres libres: exigentes consigo mismo, austeros y con la verdad, siempre la verdad, por delante.
El profeta Isaías, en la primera lectura, nos describe poéticamente -leer a Isaías es una gozada- un «mundo fantástico»: el lobo habitará con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito, el ternero y el león pacerán juntos; un niño jugará con la serpiente… Y todos conviven en paz. ¿Es este un milagro posible o un sueño virtual? Juan profetiza el nombre del autor de este milagro y lo señalará con una humildad profunda: detrás de mí viene uno que es mayor que Yo, y del que no soy digno de desatarle las sandalias. Juan sabe bien cuál es su papel en la historia de la salvación: es simplemente un intermediario para llevar al único Salvador. Su misión termina el día que señala a Jesús como el Mesías en medio de los hombres: Ese es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo… Y en un gesto de suprema generosidad dice a sus propios discípulos: «Irse con Él, ¡seguidle a Él!». ¡Qué gran ejemplo el del profeta Juan! A veces, estamos más pendientes de que la gente llegue a nosotros y nos siga, sin ser simplemente transparentes para que lleguen a Dios.
Para construir el «mundo fantástico» que describe Isaías en necesario que todos dejemos de mirarnos autocomplacientes y dirijamos nuestra mirada al único Maestro y Señor. El Espíritu viene en nuestra ayuda con sus dones. Isaías los describe: sabiduría, entendimiento, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios… Si los administramos y ponemos en juego en nuestras vidas, todo será posible… hasta hacer real el mundo fantástico que nos describe el profeta.
Alfonso Crespo