Todo tiene un precio…, todo puede comprarse. Nos ha tocado vivir una sociedad de consumo, que patrocina engullir mercancías de toda especie. Malvivimos en una sociedad que busca el placer por el placer, con la honda insatisfacción de «usar y tirar», sin encontrar motivos ni razones para saber renunciar a lo inmediato para poder gozar lo eterno.
A esta sociedad de escaparate, no le agrada que le muestren sus defectos: los oculta. Una sociedad a la que le importa tanto lo externo, la apariencia, no soporta cualquier signo de fealdad, como una enfermedad reflejada en la piel. Pero esto no es nuevo: en Israel la lepra era considerada una enfermedad impura y el leproso tenía que abandonar la comunidad y vivir aislado, como muestra el libro del Levítico: El que haya sido declarado enfermo de lepra andará harapiento… vivirá aislado.
Sin embargo, el evangelio nos muestra como Jesús deja acercarse hasta él a los leprosos: se acercó a él un leproso, suplicándole de rodillas: Si quieres, puedes limpiarme. Jesús reacciona de forma sorprendente, rompiendo la normalidad: sintiendo lástima, extendió la mano y lo tocó diciendo: Quiero, queda limpio. Se obró el milagro: La lepra se le quitó inmediatamente.
El milagro brota del gesto de Jesús: extendió la mano y le tocó. Con este gesto, el Maestro corrige la ley que se fija solo en la apariencia, marginando al enfermo de lepra al considerarlo impuro: al tocarlo, se pone de su parte, y no solo le cura la enfermedad de la piel, sino que también lo incorpora al seno de la comunidad. La justicia de Dios es más grande que la justicia de los hombres. La virtud busca siempre el bien.
El Evangelio es un pregón de justicia que anuncia la venida del Reino de Dios: un reino que constituye a cada ser humano en un hermano, y al mundo entero en ámbito de convivencia, de igualdad y de paz. Llamar a Dios Padre, nos convierte a todos en hermanos, igualándonos en dignidad: somos hijos de Dios. Difícilmente, los cristianos podemos anunciar un reino de justicia y fraternidad, si no nos acercamos a los que menos cuentan por su apariencia, si no buscamos a los nuevos leprosos, nos acercamos a ellos y los «tocamos» como Jesús. Y junto a nuestra solidaridad, les anunciamos que la comunidad está abierta para ellos y desea acogerlos y sentarlos a su mesa.
La Eucaristía que celebramos cada domingo, es una llamada a salir a los caminos y buscar a quienes viven excluidos de la comunidad. La Eucaristía nos envía como «misioneros del amor de Dios»: un amor sin lógica calculada, que en Jesús alcanza a todos, hasta «tocar» a los pobres más ocultos. San Pablo predicó un amor de Dios que no excluye a nadie y nos invita: Seguid mi ejemplo, como yo sigo el de Cristo.
+ Leyendo el Catecismo (n. 1803): «Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta (Flp 4,8). La virtud es una disposición habitual y firme a hacer el bien. Permite a la persona no sólo realizar actos buenos, sino dar lo mejor de sí misma».
Tuit de la semana: Hoy, también hay «enfermedades» que excluyen: ancianidad, soledad, pobreza… La sociedad tiende a ocultarlas; yo, como Jesús ¿quiero «tocarlas»?
Alfonso Crespo Hidalgo