Días de santos y difuntos. Como cristianos, apoyados en la fe y sostenidos por la esperanza, vivimos en estos días unas fiestas profundamente populares: la fiesta de los Todos Santos y el Día de los Fieles Difuntos. Como es tradición, visitamos los cementerios y columbarios, y a nuestro corazón vuelve el recuerdo vivo de los familiares y amigos ausentes. Pero debemos meditar, apoyados en nuestra fe sobre el centro de la celebración de estos días: la resurrección de los muertos.
En tiempos de Jesús, la resurrección era un tema de polémica fuerte entre dos grupos religiosos de su tiempo: los saduceos, que la negaban, y los fariseos, que la afirmaban. Un saduceo, grupo que niega la resurrección, plantea a Jesús una pregunta con trampa: Si una mujer se casa de nuevo después de enviudar, incluso hasta siete veces, ¿quién será su esposo después en la otra vida? Ante el trasfondo de la pregunta, que no es otro que la no creencia en la resurrección, Jesús responde con firmeza: ¡Ciertamente resucitaremos! Pero a los deseos de querer investigar cómo será la otra vida, Jesús dice que resucitaremos como hijos de Dios, y la otra vida será tan distinta y tan nueva, que es mejor evitar comparaciones con la presente. Tan sólo sabemos lo que nos dice el evangelista Juan: veremos a Dios tal cual es.
La fe, sostiene nuestra espera y aviva nuestra esperanza. La resurrección es el punto central de nuestra fe: Si Cristo no hubiera resucitado nuestra fe sería vana, dice san Pablo. El Apocalipsis, en una de sus visiones, nos narra la procesión de resucitados, que será una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda nación, raza, pueblo y lenguas. ¿Cómo poder formar parte de este multitudinario cortejo que se dirige a la gloria?
El evangelio de hoy nos regala una de sus páginas más bellas: las Bienaventuranzas. En el Monte Sinaí, Dios entregó a Moisés las Tablas de la Ley, constituyendo a Israel en el pueblo de su alianza: el pueblo de Dios. Ahora en otro monte, con las Bienaventuranzas que entrega Jesús a sus discípulos, podemos intuir que se constituye otra alianza, otro nuevo pueblo de Dios, más allá de raza y época, que abarca a todos los seres humanos en todos los tiempos: a este pueblo se pertenece si se sigue el espíritu de las Bienaventuranzas.
Si los Diez Mandamientos son normas de conducta para un comportamiento moral correcto, las bienaventuranzas son palabras de felicitación para los que actúan en su vida según el nuevo espíritu que predica Jesús: el espíritu del Reino que él nos trae.
La multitud de los santos, los reconocidos y los millones de santos anónimos, que hoy celebramos, quieren trasmitirnos un claro mensaje: vale la pena vivir la vida de tal manera, siguiendo el espíritu de las bienaventuranzas, para poder así alcanzar un día la felicidad del Reino de Dios. Ciertamente no es un estilo de vida fácil, pero la multitud de santos que lo han conseguido nos invita a intentarlo. Oigamos las palabras de Jesús: si vivimos las bienaventuranzas, aunque seamos incomprendidos, incluso perseguidos: estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
Vivir según las bienaventuranzas, es invertir en futuro.
Alfonso Crespo Hidalgo