¡Espabilaos y estad en vela!, nos exhorta hoy el Evangelio. El Maestro reclama a sus discípulos que estén despiertos: Lo que digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!… porque no se sabe cuándo vendrá el Señor, y os puede encontrar dormidos.
El ser humano nunca ha dispuesto de más medios de comunicación y, sin embargo, anda encerrado en sí mismo; vive agotado en la mirada fría del presente y no es capaz de levantar los ojos de la esperanza y otear el futuro que viene. A veces, malvivimos en la modorra del propio sueño, sesteando… y esperando tan sólo el parte meteorológico.
La multitud de «malas noticias» ahoga en un océano de papel y ondas sonoras aquello que es eminentemente humano: las «buenas noticias». La historia interminable de guerras, a veces en nombre del mismo Dios, asesinatos extraños, dramas de la migración, violencia a los más débiles… parecen decirnos que es un milagro que existan aún unos ojos cargados de esperanza e ilusionados en el porvenir.
Si miramos en lo profundo del corazón, no estamos satisfechos del presente: ¡Todos ansiamos algo mejor! Y no vale refugiarse en el pasado con una mirada que nos convierta en estatuas de sal. Por eso, Jesús, hoy, nos convoca a mirar el futuro, en una actitud de vigilancia: en lo profundo de su corazón, todos los hombres y mujeres siempre anhelan un futuro abierto a la liberación y la salvación, un futuro preñado de esperanzas.
La tensión de la fe no consiste en vivir entre el mundo y el cielo, sino entre el presente y el porvenir. La fe ensancha la mirada y nos lleva desde lo que ya tenemos a lo que verdaderamente esperamos y anhelamos: la fe nos dice que Alguien nos aguarda y llenará de sentido todas las tareas de hoy. Si nos convencemos de esto… vivimos con esperanza.
La misión de los profetas, como Isaías, a lo largo de la historia ha consistido en encender la llama de la esperanza: Señor, tú eres nuestro padre, nosotros, la arcilla, y tú, el alfarero: somos todos obra de tus manos; en la fidelidad de Dios se sostiene esa llama frágil y titubeante de la esperanza, que cualquier soplo puede apagar. La grandiosa debilidad de todo lo humano, reclama el sólido sustento de lo divino. El gran proyecto de Dios es el «proyecto esperanza»: la vida tiene sentido, el mundo tiene porvenir. Y todo ello, sin subvenciones europeas, sólo con la fuerza gratuita de la gracia de Dios.
El tiempo de Adviento es el mayor signo de fidelidad de Dios con sus hijos y la fuente de nuestra esperanza, porque sabemos, como dice san Pablo a los corintios, que el Señor nos llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo y ¡Él es fiel!
+ Leyendo el Catecismo (n. 1817): «La esperanza es la virtud teologal por la que aspiramos al Reino de los cielos y a la vida eterna como felicidad nuestra, poniendo nuestra confianza en las promesas de Cristo y apoyándonos no en nuestras fuerzas, sino en los auxilios de la gracia del Espíritu Santo».
Tuit de la semana: La esperanza es el mejor andador: nos susurra que Alguien nos acompaña hasta el final de la vida. ¿Siento la compañía de Dios en mi vida?
Alfonso Crespo Hidalgo