La maravillosa carta a los romanos nos deja hoy un mensaje grandioso: la plenitud de la ley es el amor. E insiste: ¡a nadie le debáis nada, más que amor! Uno que ama a su prójimo no le hace daño.
En esta perspectiva, se sitúa ese maravilloso gesto cristiano de corregir al hermano. Jesús es claro en el evangelio: ¡si tu hermano peca, corrígele! El Maestro nos enseña la pedagogía de la corrección fraterna: hay que corregir de «dentro a fuera». Esto es, primero se le indica al interesado; si no hace caso, se consulta con alguno de sus amigos; y si aún se resiste, se dice a la comunidad. La corrección va siguiendo como unos círculos concéntricos de menos a más. Desde la intimidad a lo público.
No es esto lo más frecuente, por desgracia. Cuántas veces invertimos los círculos y comenzamos al revés, de más a menos, de lo público a lo íntimo: primero le comunicamos el pecado, el defecto del otro, al grupo o comunidad -incluso si es posible, a la prensa, en la tertulia de turno-, luego lo comentamos más intensamente entre los amigos y conocidos y, por casualidad, se entera el interesado.
Así, lo que podía haber sido una corrección fraterna se convierte en critiqueo o noticia amarilla de portada. Como somos muy sutiles, a veces, escondemos nuestra crítica malsana con una supuesta buena intención: «Es por su bien. No es que quiera criticar, pero…».
La diferencia entre la corrección fraterna y el critiqueo está en la clave del amor. Cuando se corrige al hermano, en el corazón del que hace la corrección hay siempre dolor porque el otro ha actuado mal, y un deseo de que el pecado o el mal gesto del otro no sean conocidos; nos mueve y nos alegra el que el otro se corrija y sea mejor. Cuando simplemente se critica, hay una alegría escondida y un deseo morboso de propagar el pecado o el defecto del otro. Incluso gozamos si se mantiene en el error y decimos con sutil satisfacción: «no tiene arreglo».
Nuestra sociedad es una sociedad criticona. Se calumnia incluso con cierta impunidad y se propagan, con gran cantidad de medios y recursos, simples sospechas y suposiciones que pueden hacer daño. El critiqueo es el cáncer que lentamente destruye las buenas relaciones de un grupo. Sin embargo, el «arte de corregir» parece en desuso: los mismos padres y educadores, y los mismos amigos, lo hemos dejado de lado, amparados en el recurrente: «no hay que meterse en la vida de nadie». Pero esto viene de lejos, desde el Antiguo Testamento: el mismo profeta Ezequiel reclama la necesidad de advertir al malvado para que cambie de conducta; y con palabras duras dice que quien tiene la obligación de corregir al que va por mal camino y no lo hace tendrá que rendir cuentas de su responsabilidad. Cuando hay que ayudar al otro con un consejo o una corrección no vale «ponerse de perfil» y decir internamente: no es mi problema.
Por favor, si es cristiano, no critique, simplemente corrija a su hermano, comenzando desde la intimidad. Porque, como dice el apóstol Pablo: quien ama no hace daño a nadie y se alegra con el bien del otro.
Alfonso Crespo Hidalgo