Del gozo al dolor, de la vida a la muerte. La vida pública de María se inaugura con el «sí», fiat, de María en la Anunciación. Esta aceptación gozosa de la voluntad de Dios sobre ella, alcanza su plenitud en la acogida silenciosa a los pies de la Cruz: el «sí» silencioso de María junto a la Cruz. Stabat Mater: estaba la Madre, junto a la Cruz del Hijo, nos dirá el Evangelio. Ni una palabra pronuncia María en aquella hora trágica.
Ser fiel es no traicionar en las tinieblas de lo oculto lo que se aceptó a plena luz y en público. María, con su presencia, proclama en la solemnidad de la Cruz, ante los ojos atónitos de judíos y romanos su fidelidad a su Hijo; la misma fidelidad que había prometido a Dios en la intimidad de Nazaret ante el ángel testigo.
La fidelidad en el fondo es una traducción del amor. No hay amor sin fidelidad. Pero a la vez la fidelidad para que sea creativa tiene que ser bañada por un amor siempre renovado, también en el dolor y el sufrimiento: compartir el dolor de la persona amada es una forma de fidelidad.
María es la Virgen fiel. Ella concentró la experiencia de su propia vida, su peregrinación en la tierra, en una palabra: fidelidad. Por ello, la invocamos: Virgo fidelis, Virgen fiel. Cuando le comunican a Jesús que está allí su madre, el Maestro contesta, exaltándola, que su maternidad está adornada por la fidelidad en el seguimiento: quien cumple la voluntad de mi Padre, ese es mi madre y mi hermano. María que engendra al Hijo de Dios en su vientre lo acompaña en su crecimiento con su fidelidad; y siguiéndole, le hace crecer de nuevo dentro de sí, hasta el momento culminante de la Cruz.
La fidelidad de María comienza en una búsqueda: con amor y por amor, se puso a buscar el sentido profundo del designio de Dios sobre ella y sobre la humanidad. María es fiel cuando pregunta al ángel ¿cómo sucederá esto? La fidelidad se reafirma en la acogida: fíat, sí, hágase en mi. Que se haga, estoy dispuesta, acepto: este es el momento crucial de la fidelidad, cuando aceptando que en el designio de Dios hay más zonas de misterio que de evidencia. Cuando se acepta el misterio, y se le da un lugar en el corazón, se acrecienta la fidelidad. Bellamente lo describe el Evangelio cuando nos dice: María conservaba estas cosas, meditándolas en su corazón (Lc 2,19; 3,15).
La fidelidad en la búsqueda, la fidelidad en la acogida, se completa con la fidelidad en la coherencia: vivir de acuerdo con lo que se cree. Aceptar incomprensiones, persecuciones antes que permitir rupturas entre lo que se vive y lo que se cree; esta es la coherencia.La Cruz es un canto a la fidelidad. De Jesús a su Padre y de María, Virgen de los Dolores, a su Hijo: en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, en la vida y en la muerte. Nuestra Señora de los Dolores, Virgen fiel, ruega por nosotros.
Alfonso Crespo Hidalgo