Es uno de los episodios más populares de la infancia de Jesús. Es una escena pintoresca del Evangelio y casi podríamos decir que Jesús hace una «travesura»: se pierde en el Templo. Es el quinto misterio gozoso del Rosario: El Niño Jesús perdido y hallado en el templo.
Contemplemos esta escena. Más a allá de su sencillez, se nos revela un profundo misterio. ¿Que nos quiere enseñar esta escena?
María no vivió una vida fácil: quedó fortalecida en las pruebas de la huida a Egipto, siendo una emigrante más; y la búsqueda de su Hijo perdido en Jerusalén y hallado en el Templo nos muestra una escena de dolor y de cierta incomprensión por parte de su Hijo: ¿Por qué nos has hecho esto? preguntará María. Es una verdadera «noche oscura» de la vida de María, tan sólo esclarecida con la luz del Espíritu y casi una premonición del momento de la cruz, en el que contemplaría a su Hijo entregado y traicionado.
En esta escena, María salió a buscar a su hijo, y encontró al Hijo de Dios. La respuesta de Jesús es una manifestación: ¿No sabías que tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre? María, poco a poco, va descubriendo el Misterio de su Hijo… es el Hijo de Dios.
Un testigo mudo de esta escena es el fiel José. Desposado con María, tiene que ir adentrándose en el Misterio profundo de comprender que el hijo de María es el Hijo de Dios. Desde la escena del anuncio de la Encarnación, José acoge el gesto de confianza de Dios, que le encomienda la custodia de su Madre y de su Hijo.
Y el fiel José responderá con fidelidad. Desde la discreción de quien se sabe un personaje secundario, vivirá su vida ante el Misterio más grande de la historia: verá nacer al Hijo de Dios, en Belén, le protegerá en la huida a Egipto, le contemplará creciendo en Nazaret y descubrirá en la debilidad de un niño la grandeza del Hijo e Dios.
Y todo junto a su esposa, a quien venera como Madre del Salvador. José, «el hombre fiel y prudente» a quien Dios confió la administración de su casa, es ejemplo de esposo fiel, haciendo las veces de padre con el cariño entrañable de quien descubre en la apariencia de un niño la manifestación maravillosa del amor de Dios.
Celebrar la fiesta de San José, nos coloca de nuevo ante la Sagrada Familia: la expresión artística nos lo muestra con el Niño en sus brazos, o acompañando a la Madre y al Hijo. Y es que José, sabe que su grandeza no brota de sí mismo, sino que es un reflejo de las dos personas a alas que dedicó su vida: María y Jesús.
La intimidad es tan grande que la piedad popular, a modo de refrán o súplica ha unido en una exclamación: ¡Jesús, María y José!