¡Ya tenemos otro profeta! Este grito resonó a las puertas de la ciudad santa de Jerusalén y como un eco fue llevado por los «correveidiles» de la villa al palacio de Herodes y a la casa del gobernador Pilatos. Estos son sorna dirían: «Uno más… ya tenemos otro profeta». ¡Habían visto pasar tantos profetas!
Sin embargo, la inquietud se sembró en todo el pueblo. Y hasta los más indiferentes en Jerusalén, se preguntaban ¿Quién es éste? ¡Es Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea! respondían entre el entusiasmo y la desgana. Jerusalén, es para el pueblo de Israel la «ciudad de destino» de cualquier profeta, porque en ella se encuentra el Templo, lugar de adoración del único Dios que ha constituido y elegido para sí a un pueblo. Se comprende por tanto la expectación ante el grito de que alguien se atreve a decir que viene en nombre del Señor. El pueblo se pregunta: ¿Será el Mesías esperado?” ¿Habrá llegado la liberación…?
Sin embargo, los signos externos que acompañan a esta procesión no son de poder y fuerza: Jesús entra a lomos de un borriquillo, despreciando la gallardía guerrera del caballo; es escoltado por niños y gente sencilla con palmas y olivo, rehuyendo los escudos y las lanzas; y el grito de guerra, es un grito de paz: «¡Paz en la tierra y gloria en lo alto del cielo!».
Los timoratos de siempre, los entendidos y sabihondos, pretenden poner las cosas en su sitio y reclaman de Jesús una reprimenda a los exaltados… Pero el mismo Jesús alaba, en este día de triunfo, el coro de los limpios de corazón: Os digo que si estos callan, gritarán las piedras.
La primera lectura de la Eucaristía de hoy, del profeta Isaías, nos adelanta el drama que vamos a vivir, poniendo en boca del Mesías esperado estas palabras desgarradoras: ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Y el Salmo 21 que proclamamos, nos lleva hasta las palabras de Jesús en la Cruz: Dios mío., Dios mío, ¿por qué me has abandonado? La lectura solemne de la Pasión según san Marcos, narra la historia completa de los días que cambiaron la historia: ya todo será «antes y después de Cristo». La Cruz es el centro de la historia y la Resurrección la luz que la ilumina definitivamente.
En este Domingo de Ramos, cada uno de nosotros estamos invitados a acoger a Jesús en nuestro corazón, con palmas de amor y olivo de gratitud, y vitorear que llega la salvación que nos viene de Dios. Adentrarnos con devoción en una Semana Santa, en la que vamos a vivir la historia narrada en la Pasión: historia viva que acontece en cada Eucaristía.
Tuit del día: Según la tradición «el Domingo de Ramos hay que estrenar algo». Y ¿por qué no empeñarnos en estrenar un corazón nuevo: un corazón de carne?
Alfonso Crespo Hidalgo