«¿Quién nos correrá la piedra del sepulcro…?», es la inquietud que llevan en su corazón María Magdalena y las otras mujeres, que iban con aromas para embalsamar el cuerpo de su Señor. El evangelio nos deja unos detalles: Iban muy de mañana, el primer día de la semana. Y se encuentran la piedra corrida. Ansiosas, entraron en el sepulcro y vieron un joven sentado a la derecha, vestido de blanco. Y se asustaron… María Magdalena dispara la alarma a sus compañeras: ¡Se han llevado al Señor! Pero el misterioso joven calma su inquietud: No os asustéis. ¿Buscáis a Jesús el Nazareno, el crucificado? No está aquí. Ha resucitado. Mirad el sitio donde lo pusieron…
El sepulcro vacío rompe sus expectativas: ellas esperaban embalsamar un cuerpo y se encuentra un sepulcro vacío… Y tendrán que asimilar la noticia: No está aquí. Ha resucitado. Aún más, tendrán que salir de su asombro para poder cumplir la misión encomendada: Ahora id a decir a los discípulos y a Pedro: Él va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis, como os dijo.
Nosotros, también, corremos con frecuencia al sepulcro. Nuestras llamadas «crisis de fe» se producen sencillamente porque nuestra búsqueda se reduce a ir al sepulcro y buscar un muerto… Y no oímos la noticia del ángel que nos susurra: No está aquí. Ha resucitado. Y, por tanto, no hacemos fiesta porque no caminamos hacia Galilea para encontrar al Resucitado.
Una liturgia oriental antigua, llama a la Pascua la «Fiesta de las fiestas», porque sólo en ella se puede fundar toda otra fiesta verdadera. Si Cristo no hubiese resucitado, la muerte tendría la última palabra sobre la vida; y las fiestas de los hombres terminarían tarde o temprano en el sabor amargo de una muerte que está siempre ahí, acechando en la sombra del tiempo, amenazando con las horas contadas.
La Pascua de Resurrección es el mayor grito de amor de Dios a los hombres: la alegría inmensa de descubrir y experimentar el perdón insondable, incondicional y eterno de Dios, que nos libera del poder de la muerte. La muerte es el único poder con el que no puede ni el dinero ni la astucia humana: sólo el infinito amor de Dios ha vencido a la muerte. Y ya no hay soledad, ni vacío, ni caos al final, porque como dice el apóstol Pablo: Si hemos muerto con Cristo, resucitaremos con Él. Felicitémonos, hermanos y hermanas: «¡Felices Pascuas!» La alegría es el primer fruto de la Resurrección.
Tuit de la semana: La Resurrección da sentido a la muerte y a la vida. Los frutos de la Pascua son la paz y la alegría. ¿Soy un discípulo-misionero de esta buena noticia?
Alfonso Crespo Hidalgo