En la primera lectura de hoy, Señor revela a Moisés la fórmula con la que bendecirá a los hijos de Israel: El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. Al Señor te muestre su rosto y te conceda la paz. Ver el rostro del Señor, es una fuente de paz. Hoy, la Iglesia celebra, en este domingo, a María Madre de Dios y la Jornada Mundial por la paz. Parece que son motivos de celebración distintos: domingo, María y paz; sin embargo tienen una profunda unidad: el domingo es el día del Señor, María es la Madre del Señor y el Señor es el Príncipe de la Paz. De la contemplación del rostro del Señor dimanan las otras celebraciones.
El evangelio de hoy nos da la clave de tanta fiesta: los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al Niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel Niño… todos los que lo oían se admiran… María, por su parte conservaba todas estas cosas en su corazón… El motivo de la búsqueda, en la vida, es siempre encontrarnos con Jesús. Pero encontrarse con Jesús es conocer, también a su Madre. Ella es un testigo silencioso del misterio de su Hijo y nos lo muestra para que le contemplemos en la cuna, y más adelante para que le sigamos hasta la cruz. María, es maestra de los misterios de su Hijo, esos que recorremos en el rezo del santo rosario; ella es quien nos muestra a su Hijo, que es el Hijo de Dios.
San Pablo, en la segunda lectura de hoy, exclama: cuando llegó la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo nacido de mujer… para hacernos a todos hijos de adopción. Ha querido el Todopoderoso seguir los cauces humanos para enviarnos a su Hijo. Y María, una mujer, se convierte en instrumento de la salvación: Madre del Hijo de Dios y Madre de adopción de todos los que hemos sido rescatados por el sacrificio de la Cruz.
María «no es una madre posesiva», sabe perfectamente su papel: presentarnos a su Hijo. Como toda Madre sabe ser embajadora del Hijo. Con discreta presencia indica al verdaderamente importante: ahí está vuestro Salvador, dirá desde el silencio a los pastores, a los reyes de Oriente, y a todos los que se acercan a contemplar el Misterio. Ella, por su parte, gozará conservándolo todo en su corazón. Por ello, la Iglesia en el primer día del año celebra una fiesta dedicada a la Madre: si el primero de enero es el pórtico de uno nuevo año, María es la puerta de una nueva era, el tiempo de la salvación.
Uno de los títulos más hermosos del Mesías es el de «Príncipe de la paz». Se rompe así la falsa imagen de un Mesías guerrero que viene a establecer revancha contra los enemigos de Israel: él viene en son de paz, a restablecer de nuevo la filiación de cada uno de nosotros con Dios, al que podemos invocar como Padre, y a recuperar la verdadera fraternidad.
Corramos como los pastores a Belén: contemplemos al Hijo que nos hace hijos, para invocar a Dios como Padre; conservemos, como María, Madre de Dios y Madre nuestra, todas estas cosas meditándolas en nuestro corazón. ¡Feliz año nuevo, lleno de paz!