Jesús pasea por la tranquila orilla del lago de Galilea y con la autoridad de quien sabe el valor de su misión va predicando e invitando a los hombres a que se sumen a su aventura del Reino. El Maestro proclama a los cuatro vientos: ¡Está cerca el Reino de Dios, convertíos y creed la Buena Noticia!
Muchos cristianos vivimos sumidos en la desidia, en una fe de rebajas y acogemos la venida de Dios entre nosotros como si de un simple suceso se tratase y no saltamos de gozo, conscientes de que somos participes de una Gran Noticia. Porque no ha habido a lo largo de la historia otra noticia que haya merecido más primeras páginas: Dios quiere salvar al hombre, Dios nos trae el cielo a la tierra y quiere incorporarnos a su aventura. Este es el gran mensaje de Jesús: que el Reino de Dios está ya entre nosotros.
Pero Jesús no quiere en su Reino una masa indolente de seguidores, sino que exige una condición para poder pertenecer a su Reino: es necesario convertirse. ¡Convertíos! exclamará, siguiendo con la predicación del Bautista.
Convertirse, es salir de uno mismo y volver la mirada y la vida a otra persona. Es quitar el centro de mis afanes en mi egoísmo y colocarlo en el amor de Dios y del hermano. Es vivir perdiéndonos a nosotros mismos para hallarnos en los otros: el hombre, cuando encuentra al hermano, ya está cerca de Dios y cuando encuentra a Dios ve en cada hombre a un hermano.
Esta Buena Noticia, este mensaje de salvación necesita mensajeros que lo proclamen. Por ello, Jesús recorre Galilea haciendo discípulos. Con la mirada fija en los ojos de aquellos pescadores, les invita a seguirle: ¡Venid conmigo y os haré pescadores de hombres! Habría que meterse en la piel de aquellos hombres rudos: Simón, Andrés, Santiago, Juan… para sentir sobre sus ojos la mirada penetrante del Maestro que les invita a un cambio total de vida.
Aquellos primeros apóstoles se convirtieron: dejando las redes, su trabajo, su vida, salieron de sí mismos, de su pequeño mundo, para encontrarse con el Maestro y los amplios horizontes de su Reino, «que no pertenece a un solo pueblo y que no tendrá fin».
Y en nombre del Maestro siguieron pregonando, con la palabra y con la propia vida, el mismo anuncio del Maestro: El Reino de Dios está aquí entre vosotros: ¡Convertíos!
Hoy la mirada de Dios se posa en cada uno de nosotros y nos invita a seguirle, a ser testigos y apóstoles de la Buena Noticia del Reino.