Es profeta quien habla «en nombre de Dios». Hablar en nombre de Dios ha sido, es y será una misión conflictiva a lo largo de toda la Historia de la Salvación. Creemos a veces, con una simpleza asombrosa que ser un hombre espiritual es vivir sin problemas. Incluso, hay personas a las que les gustaría que la predicación del evangelio fuese simplemente un certificado de una paz aparente, una calma chicha que esconda los problemas.
El profeta Jeremías se presenta como «un hombre conflictivo»: su palabra engendra pleitos. El profeta anuncia la palabra incómoda de Dios y es perseguido por todo el país. Incluso en un momento de desesperación se arrepentirá de haber nacido. No es cómodo, a veces, predicar el Evangelio. Ya el mismo Jesús profetizó ante sus paisanos que «nadie es profeta en su tierra».
Predicar el Evangelio de Jesús supone, con cierta frecuencia, levantar problemas: nos desinstala de nuestra comodidad y nos coloca ante la opción de tener que responder con valentía a los desafíos que se plantean en el campo de la justicia o de la verdad. A veces, nos enfrenta incluso a las personas que más queremos.
Caminar en verdad y justicia, raíles por los que el Evangelio se desliza con comodidad, supone muchas veces denunciar al injusto y al mentiroso. Y hoy la injusticia y la mentira son pilares de poder, fuerzas que dominan y que mueven dinero e intereses. Injusticia y mentira que saben revestirse y camuflarse con mil disfraces.
Hay quien le gustaría una religión light, baja en calorías de evangelio, que no creara problemas a las conciencias cerradas en su egoísmo. Sin embargo, la frase de Jesús en el Evangelio de hoy es fuerte e inquietante: no he venido a traer la paz, sino división.
Desde la predicación del primer evangelio, y ya desde el tiempo de los profetas, han sido perseguidos los hombres y mujeres que han querido ser fieles al evangelio de Cristo, caminando en la verdad y la justicia.
Hacer que brille el esplendor de la verdad es una hermosa misión de quien predica en nombre del Evangelio, aunque se convierta en un ser molesto a quien se refugia en la mentira y sus ocultos intereses. Cuántas veces se quiere esconder el brillo de la verdad y cómo se quiere apagar la sed de justicia con el pragmatismo imperante: ¡las cosas son como son…!, nos excusamos. Sin embargo, Jesús nos predica un evangelio que propone hacer las cosas de otra manera: según justicia y verdad.
La verdad y la justicia pertenecen a las estructuras mismas de las bienaventuranzas, el programa de vida cuyo cumplimiento por cada cristiano es una condición necesaria para entrar en el Reino de los cielos.
Alfonso Crespo Hidalgo