Hace unos días contemplábamos al Niño nacido en el portal de Belén y a los pastores acudiendo a adorarle. Hoy le contemplamos ya casi adolescente y el Evangelio nos narra una travesura, que se ha convertido en uno de los misterios del Rosario: «El Niño perdido y encontrado en el templo». El pasaje es entrañablemente familiar: José y María peregrinan a Jerusalén y a la vuelta «se pierde el niño Jesús». Y María y José le buscan afanosos. Y al encontrarle en medio de los doctores, después del reproche: «Hijo por qué nos has tratado así. Te buscábamos angustiados», reciben una respuesta enigmática: «No sabéis que debo ocuparme de las cosas de mi Padre».
Jesús, ya desde la infancia, les revela que tiene una misión que cumplir, la que le ha encomendado su Padre Dios. Y María y José, descubren ante todo que «el Niño no les pertenece en exclusividad»: Él es el Salvador de todos. María, que buscaba a su Hijo, encontró al Hijo de Dios. María no es una madre posesiva, sabe perfectamente su papel: presentarnos a su Hijo. Como toda Madre sabe ser embajadora del Hijo. Con discreta presencia indica al verdaderamente importante: ahí está vuestro Salvador, dirá desde el silencio a los pastores, a los reyes de Oriente, y a todos los que se acercan a contemplar el Misterio. Ella lo «conservará todo en su corazón».
La Iglesia, en el primer domingo después de Navidad, celebra a la familia. La familia es «patrimonio de la humanidad», porque a través de ella, de acuerdo con el designio de Dios, se debe prolongar la presencia del hombre en el mundo. La familia es el lugar donde, por voluntad de Dios y por naturaleza, se asegura la continuidad de la humanidad. Cada ser humano es una aportación incalculable para el tesoro de la humanidad.
Cuando hoy hay tanta sensibilidad para proteger la naturaleza, para defender el patrimonio artístico, podemos afirmar que la familia es el canto mayor a la naturaleza creada y el bien más rico que puede cuidar el hombre. Al contemplar el portal de Belén, una escena de familia, nos sentimos orgullosos de ser parte de esta gran familia ya redimida y salvada, y de contar entre sus miembros al mismo Dios.
¡Cuidemos la familia! La primera lectura de hoy, de uno de los libros de la Sabiduría, nos recuerda: «Quien honra a su padre expía sus pecados, y quien respeta a su madre es como quien acumula tesoros… Quien respeta a su padre tendrá larga vida, y quien honra a su madre obedece al Señor». San Pablo en su carta a los colosenses nos va describir un elenco de virtudes domésticas: «como elegidos de Dios, santos y amados, revestíos de compasión entrañable, bondad, humildad, mansedumbre, paciencia. Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro… y por encima de todo, el amor, que es el vínculo de la unidad perfecta». Buena receta para conseguir el mejor menú para una familia feliz. En la cocina familiar hay que condimentarlo todo con el amor. El amor y el perdón son las jambas de un hogar feliz.