Seguir a Jesús es sentirse seducido por él, pero ello comporta sufrimiento, incomprensión y a veces, persecución. Así lo refleja el profeta Jeremías en la primera lectura: me sedujiste, Señor, y me dejé seducir… la palabra del Señor me ha servido de oprobio y desprecio a diario. El profeta intenta apartarse de Dios pero nota en sus entrañas como un fuego que le abraza y le empuja a seguir.
El Evangelio de hoy, nos muestra a Jesús camino de Jerusalén. Subir a Jerusalén es el inicio de la cuesta del Calvario: camino hacia la cruz, que Jesús aprovecha para ir enseñando a sus discípulos que su Reino no es de este mundo. El Maestro habla de muerte y sufrimiento: El hijo del hombre, tiene que padecer y morir… Y los discípulos se rebelan. Y es el impetuoso Pedro el que de nuevo salta a escena y le recrimina al mismo Jesús: ¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte, tú no puedes morir. El amor del discípulo por el Maestro quiere evitarle todo sufrimiento.
Sin embargo, Jesús es tajante y no permite que nada ni nadie le aparte de su misión, de aquello para lo que le ha enviado su Padre, y responde con dureza a Pedro: ¡Apártate de mí Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, y no como Dios! Y comienza la enseñanza de Jesús a sus seguidores, proclamando con autoridad: ¡Quién quiera venirse conmigo que se niegue a sí mismo!
La vida y misión de Jesús, es un camino de exigencia y entrega generosa, acompañada de sufrimiento: ¡No hay caminos de rosas para el discípulo de Jesús., porque «no es el discípulo mayor que su maestro», y el Maestro murió en la cruz.
No es fácil «negarse a sí mismo». Casi sin darnos cuenta, hemos construido una sociedad donde lo importante es sobre todo «afirmarme a mí mismo, obteniendo todo y ahora mismo». Vivimos bajo el impulso de los deseos satisfechos y la tensión de los no alcanzados. La existencia se convierte, a veces, en una carrera alocada donde lo único que nos llena es tener siempre más y disfrutar con mayor intensidad. Y tras la satisfacción lograda, de nuevo el vacío, el decaimiento, la tristeza y el hastío. Y vuelta a empezar, atrapados en el círculo vicioso del «más y más»: también nosotros tenemos nuestra particular «carrera de armamentos».
El programa de vida de Jesús, recogido en su evangelio, va en otra dirección: negarse voluntariamente; renunciar a tener más, para «ser más», sin depender de lo superfluo y banal. Se trata de aspirar a lo más alto, introduciendo en nuestra vida una dosis mayor de renuncia, sana austeridad y simplicidad de vida; porque, como advierte el Evangelio ¿de qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero si malogra su vida, si pierde su alma?
Este estilo de vida supone tener un corazón sencillo y austero, con capacidad de saber que el hombre maduro es el que es capaz de renunciar a lo inmediato en aras de una libertad, unos valores y una plenitud de vida noble y digna.
En esta lógica, la lógica del Evangelio: «¡Quien pierde, gana!».
Alfonso Crespo Hidalgo