La gratitud es cosa de valientes. La Buena Noticia del Evangelio es un camino de ida y vuelta: la ida de la compasión de Dios y la vuelta del agradecimiento humano. Pero es un camino interrumpido con frecuencia: abunda la compasión de Dios y escasea nuestro agradecimiento.
El relato del Evangelio de hoy, nos muestra a diez leprosos que hacen el camino de ida hasta Jesús para suplicarle: Jesús, maestro, ten compasión de nosotros. Y tan solo uno de ellos, que además era samaritano, hace el camino de vuelta del agradecimiento por su curación. Jesús expresa su extrañeza: ¿no han quedado limpios los diez? los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que este extranjero? Y el Maestro completa su milagro con la gracia de la fe: Levántate, vete; tu fe te ha salvado. Los otros nueve fueron curados, este último que volvió en agradecimiento, también fue salvado.
En nuestra vida hay múltiples signos de la compasión de Dios: cuántas veces Dios se ha acercado a nosotros, nos ha perdonado, restaurándonos a una nueva vida. Y cuántas veces más, nosotros lo hemos olvidado y hemos hecho de nuestra vida un círculo cerrado y no un camino alegre, de vuelta a la casa del Padre. Somos más los que formamos parte del grupo de los nueve desagradecidos que los que acompañamos al samaritano que vuelve agradecido.
Dios se compadece del hombre. Quizás no hemos acabado de entender del todo esta expresión. Entendemos por compasión «sentir lástima», dar algo de limosna o simplemente tender una mano amistosa para salir del paso. No es esta la compasión evangélica. Compasión significa compadecer: «padecer con alguien», compartir su dolor o su sufrimiento; ponerse a su altura y decirle, yo camino contigo en tu dolor. Es lo que ha hecho Dios con nosotros: se compadeció tanto del hombre que se puso a caminar con él. Jesucristo, el Hijo de Dios es la encarnación de la misericordia y compasión de Dios: Dios se abaja, se suma a nuestros dolores y padecimientos, hasta la muerte, y se hace uno de tantos. Menos en el pecado. La compasión de Dios con el hombre, que llega a su cumbre en Jesucristo, se desbordó en un rio de gracia que alcanzó a los hombres de todos los tiempos, convirtiendo el dolor en alegría y la muerte en resurrección. El camino de ida de la compasión de Dios hacia el hombre es toda una historia de salvación. Pero falta recorrer con más frecuencia el «camino de vuelta»: el camino de nuestro agradecimiento a tanta generosidad de Dios. Muchas veces en nuestra vida estamos más pendientes de pedir que de agradecerle a Dios. Todos necesitamos reiniciar con más frecuencia el camino del agradecimiento, hecho conversión y acción de gracias. El evangelio de hoy nos invita a tener un corazón agradecido.
Alfonso Crespo Hidalgo