La lectura del Génesis nos muestra la excusa perfecta. Adán y Eva han roto el pacto que hicieron con Dios: comieron del árbol prohibido. Y Dios sale a su encuentro. Ellos avergonzados se ocultan, se sienten desnudos. Dios pide cuentas a Adán y éste echa las culpas a Eva; pregunta a Eva y ésta se excusa con la serpiente… La excusa perfecta es siempre echarle la culpa al otro.
Como efecto del pecado, Dios vaticina el futuro de toda la humanidad: el ser humano vivirá en una lucha continua por sobrevivir. Pero en el mismo relato, hay ya un ápice de esperanza: con una nueva mujer, una nueva Eva, se abrirá un futuro nuevo, futuro de salvación que nos traerá el Mesías Salvador. Él restablecerá el orden roto. Así lo muestra san Pablo en la lectura de la carta a los corintios: «no nos acobardemos, pues aunque nuestro hombre exterior se ha desmoronado, nuestros hombre interior se va renovando día a día: aunque se destruya nuestra morada terrenal, tenemos una sólida morada no construida por hombres sino que viene de Dios».
En el Evangelio de hoy, se relata un pasaje curioso. Jesús está en continuo movimiento, predicando la llegada del Reino de Dios, recorre los caminos «haciendo el bien». Pero no es comprendido del todo. Al llegar a su propia casa, vienen sus parientes a llevárselo porque «se decía que estaba fuera de sí». Un hombre justo que «camina haciendo el bien a los demás» es un hombre sospechoso. Y sus enemigos no lo soportan. Le acusan: «¡esto lo hace por fuerza del demonio!» O sea, que está endemoniado. Pero Jesús les responde con una lección de política básica: «cómo va a expulsar el demonio al mismo demonio? Estaría en guerra civil. Y todo reino dividido sucumbe». Todo reino dividido, toda familia dividida, no puede subsistir. En su última Exhortación Gaudete et exsultate, el papa Francisco nos ha dejado una honda reflexión sobre la fuerza del diablo, que merece leerse.
Jesús nos invita a ser buenos estrategas: en una batalla hay que tener en cuenta el poder del adversario. El creyente en Jesucristo, el Señor, está en lucha contra el poder del demonio: la tentación y la posible caída en el pecado. Tiene que ser astuto y medir sus fuerzas para vencer al enemigo. ¿Y qué estrategia nos ofrece el Maestro? La última parte del Evangelio de hoy, es una escena curiosa: le avisan a Jesús que su familia, su madre y parientes le aguardan; él responde: «mi madre y parientes son quienes hacen la voluntad de Dios, quienes escuchan su Palabra y la ponen en práctica».
He aquí la clave del éxito, el camino de la victoria sobre el mal: escuchar lo que Dios nos dice, acoger su Palabra y llevarla al corazón. Si Dios habita en nosotros, el enemigo no se atreve a atacarnos. Nuestra fuerza no radica en nosotros, nos viene del Señor.