El pueblo del señor es un pueblo de agricultores y pastores. La imagen del rebaño, dirigida por las voces del pastor, y a veces a golpes de honda, le es familiar a los judíos. Jesús, gran pedagogo, aprovecha la imagen del pastor para revelarnos la riqueza de su personalidad y mostrarnos cómo es nuestra relación con él: Yo soy como un Buen Pastor y vosotros mi rebaño.
Pero, el pueblo que le escucha tiene también experiencia de «malos pastores». El Antiguo Testamento narra episodios de pastores asalariados, a sueldo, que huyen abandonando el rebaño cuando viene el lobo; pastores que, incluso, se engordan con la carne de las ovejas. El pueblo de Dios ha experimentado como, a veces, sus dirigentes, como los malos pastores, les han dejado abandonados a la deriva, sin guardián que le asegure la vida: son ladrones y salteadores revestidos de pastores.
El Maestro quiere dejar bien claro que él es un pastor pero con un apellido: un Buen Pastor, aún más se presenta como el Único Pastor. Él se acerca a las ovejas por la puerta, no asaltando la valla, como los salteadores. Incluso se ofrece como guardián de la puerta para proteger el aprisco y para que quien entre por ella sea para cuidar a las ovejas, no para robar y alimentarse de ellas: este Buen Pastor es el pastor que ama a fondo perdido, más allá de salarios a tiempo parcial. Desde este amor, el Buen Pastor es «reconocido por su voz y él conoce a cada oveja por su nombre. Se entabla así una relación de mutua comunión entre el Pastor y su rebaño: una intimidad en la que el pastor se recrea y las ovejas encuentran seguridad.
El Buen Pastor no tiene un rebaño anónimo, en el que dé igual una oveja más o menos. Pará él, cada oveja es única. Un pastor así, asegura la «vida» para el rebaño. Por eso Jesús anuncia con claridad: ¡He venido para que mi rebaño tenga vida… y vida abundante! Un pastor así, no tiene inconveniente sino que goza dando la vida por sus ovejas. Ya lo hizo, una vez por todas, en la Cruz. Y lo actualizamos en cada Eucaristía: en la Eucaristía, Jesucristo hecho comida, se entrega como el Pan de la vida abundante. La Iglesia, rebaño del Señor, se alimenta con el mismo cuerpo y sangre del Pastor que da la vida por las ovejas.
Somos rebaño del Señor, y aunque a veces nos sintamos acosados por la incomprensión o la indiferencia, o incluso atacados por nuestra fidelidad al pastor, caminamos alentados en la esperanza de poder reunir a todos los hombres en un solo rebaño bajo un mismo Pastor.
Es un sueño… pero un sueño posible, porque nosotros seguimos a un Buen Pastor, al Mejor de los pastores, al Único: Jesucristo, el Señor. Y él nos ha hecho una confidencia: no se perderá nadie de los que me ha confiado mi Padre Dios.
Y nosotros somos parte de este rebaño confiado: él es nuestro Buen Pastor, nosotros, ovejas de su rebaño. Como dice el Salmo: aunque caminemos por cañadas oscuras, nada temo, porque tú, Señor, vas conmigo.
Alfonso Crespo Hidalgo