Estad siempre alegres. A este tercer domingo de Adviento, popularmente se le denomina el «Domingo de la alegría». Su nombre viene de las mismas lecturas que proclamamos. Isaías nos dice: desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios. En la segunda lectura el apóstol Pablo recomienda a los fieles de Tesalónica: estad siempre alegres.
La alegría no es un bien menor. Esta recomendación que hoy se dirige a nosotros tiene mucha profundidad: ¡no es lo mismo estar alegres que estar contentos! Si la alegría no surge de lo profundo del corazón se convierte en una sonrisa forzada; la alegría es la expresión de lo que acontece por dentro: un ejemplo primordial es María. Hoy recitamos, como salmo responsorial, su bello canto del Magníficat: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador… María sabe que la fuente de su alegría es su Señor y Salvador.
La alegría refleja una vida vivida con sentido. Juan Bautista se nos presenta como un hombre que vive con sentido: sabe por qué vive y a qué dedica sus esfuerzos. El Bautista recibió de Jesús el mayor piropo que se puede decir: Es el mayor hombre nacido de mujer. Quizás, respondía así el Señor al piropo que Juan le había dedicado, señalándolo como el Cordero que quita el pecado del mundo, el Mesías esperado. Pero este intercambio de alabanzas no convierte a Juan en un engreído o un soberbio insoportable, sino que lo afirma aún más en su misión. A aquellos que quieren convertirlo en bandera para sus intereses, dirá: Yo no soy el Mesías esperado. Yo soy simplemente una voz que clama en el desierto, y os grita: preparad el camino al Señor. Y ante la popularidad de su bautismo, el profeta Juan, revestido con la austeridad de una piel de camello, señalará: Yo bautizo con agua, pero en medio de vosotros hay uno que viene detrás de mí, pero que existía antes que yo, y al que no soy digno de desatarle la correa de la sandalia. Él os bautizará con Espíritu Santo.
Juan Bautista nos enseña la base de la humildad: cuando el hombre se compara con otros hombres surge el orgullo, la soberbia y la opresión; el egoísmo se señorea de las vidas y la violencia y la guerra sellan la iniquidad humana. Pero, cuando el hombre se compara con Dios, cuando mira la grandeza de Jesús, niño como nosotros, crucificado y resucitado, entonces el hombre se ve como lo que es: una criatura entre las criaturas, humano entre otros humanos, hermano entre sus hermanos. La persona humilde, sin «falsa humildad», reconoce los dones recibidos y los ofrece al servicio de todos.
+ Leyendo el Catecismo (n. 523): «San Juan Bautista es el precursor del Señor, enviado para prepararle el camino… sobrepasa a todos los profetas e inaugura el Evangelio; desde el seno de su madre saluda la venida de Cristo y encuentra su alegría en ser el amigo del esposo a quien señala como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo…. da testimonio de él mediante su predicación, su bautismo de conversión y finalmente con su martirio».
Tuit de la semana: La humildad es una virtud elegante. Reconocer los propios dones, como regalo de Dios, beneficia a todos. ¿Pongo mis talentos al servicio de los demás?
Alfonso Crespo Hidalgo