Esforzaos en entrar por la puerta estrecha, es la repuesta que da Jesús a quien le preguntó: Señor, ¿son pocos los que se salvan? La enigmática respuesta del Maestro nos invita a considerar que con frecuencia la lógica del Evangelio no coincide con la lógica de este mundo. Cuando en nombre del Evangelio se pide a los cristianos un esfuerzo de superación, es frecuente oír respuestas de este tono: Hay otros peores…, yo no mato ni robo…, me esfuerzo y doy limosna.. Somos muy dados a excusar nuestra mediocridad.
La salvación no es nunca un derecho, sino una pura gracia de Dios. Algunos piensan que para salvarse basta con pertenecer a la Iglesia, con estar bautizado, con cumplir con las formalidades exteriores. No ven ninguna necesidad de esfuerzo o de compromiso personal. Otros creen tener garantizada su salvación por el colectivo al que pertenecen: la clase, el grupo privilegiado, la nacionalidad tradicionalmente católica o la tierra en que ha nacido… Pero el Señor nos dice: hay últimos que serán los primeros y primeros que serán los últimos. Y hasta puede que diga a alguno que presume de ser de los suyos: No te conozco ni sé quién eres.
La salvación cristiana es universal. Todos los hombres pueden incorporarse a ella. Jesús, el crucificado, es el signo de esta salvación. El es el hombre que abraza a todos los hombres. En la oferta de salvación cristiana, todas las diferencias culturales, lingüísticas, raciales, etc. no juegan papel alguno. Pero el Maestro nos advierte sobre los excesos de confianza.
La pregunta inquietante: ¿serán pocos los que se salven? encuentra pistas de solución a lo largo de todo el Evangelio. La respuesta es sencilla: se salvarán los que hagan la voluntad de Dios y se esfuercen por entrar por la puerta estrecha de la fraternidad. Nuestro Padre Dios nos invita a hacer presente su amor a cada uno de nosotros a través del amor fraterno. Su ilusión es que todos sus hijos nos identifiquemos como una gran fraternidad, que vivimos el gozo de sentirnos, a pesar de nuestras diferencias, hijos de un mismo Padre.
Pero la fraternidad, que brota del amor de Dios Padre, necesita el trabajo constante de cada uno de sus hijos e hijas. No es fácil porque nuestra debilidad, a veces, nos aturde y nos nubla lo mejor. Por eso, la segunda lectura nos avisa: Dios reprende al que ama. Dios nos indica el camino de la salvación con avisos constantes, para que no tomemos la senda equivocada.
Cuando todo es demasiado fácil, cuando nuestra vida no está en contradicción con el estilo de vida que propugna nuestra sociedad insolidaria y egoísta, debemos estar alerta. Nuestras obras acreditan si nuestra vida está encaminada o no a la salvación. Si nuestras obras construyen un mundo más justo y fraterno, estamos en la senda adecuada, aunque la puerta sea estrecha.
Alfonso Crespo Hidalgo