Nos dice Jesús: el Espíritu nos guiará hasta la verdad plena… ¿Cuál es esta verdad? Dios Creador no revela su misterio al mostrarse no como un ser solitario, perdido en la infinitud del tiempo y el espacio, inalcanzable para la limitación de su criatura. Dios se nos revela en la entrañable imagen de una familia.
Cada año, la fiesta de la Trinidad despierta en el ser humano una pregunta cargada de incógnitas: ¿Quién es Dios? ¿Cómo puedo alcanzar a desvelar su misterio? Y la respuesta se hace cada vez más difícil, quizás porque cada vez queremos encontrarla más a partir de nosotros mismos y de nuestra propia capacidad. No nos damos cuenta que cuando queremos «racionalizar a Dios» nos situamos fuera del terreno en el que Dios se nos ha hecho accesible. Por eso muchos rechazan a Dios como algo incomprensible y lejano.
A todos se nos impone una tarea frente al misterio de Dios: re-descubrir en cada momento el verdadero rostro de Dios, mirando cómo ha actuado con los hombres, a partir de la Historia de la Salvación realizada por Cristo. Le conocemos más por lo que ha hecho por nosotros, que por lo que Él es en sí. Se ha hecho lo suficientemente cercano como para que creamos en Él, y es lo suficientemente misterioso como para que le busquemos siempre. La Trinidad no significa un concepto abstracto y lejano de Dios. Es precisamente lo contrario, es la manifestación de un Dios-familia: Dios es… un Dios Padre que actúa en medio de los hombres, por medio de su Hijo Cristo y en el Espíritu, para hacernos participar de su vida comunitaria. El misterio de la Trinidad es un misterio de amor desbordado entre el Padre., el Hijo y el Espíritu…
Porque Dios es Amor, el amor es medio de conocimiento de Aquél que sabemos que nos ha amado. Dios cercano y presente en medio del mundo, es una exigencia de comunidad y fraternidad. Y por ello, toda vida comunitaria debe plasmarse a imagen de la vida comunitaria de Dios. Somos la familia de Dios y no podemos olvidarnos de que Él es nuestro Padre, de que Cristo es el Hijo en el que todos somos hijos de Dios y el Espíritu es el que mantiene y profundiza, por el amor, nuestras relaciones filiales con Dios. No hay verdadera comunidad cristiana donde no existe verdadera vivencia del amor.
Alfonso Crespo Hidalgo