CAMINO DE EMAÚS VAN DOS DISCÍPULOS. Es una de las escenas más hermosas y evocadoras del Evangelio. A aquellos discípulos que desertan de Jerusalén, el cansancio y el desánimo les empujan hacia la huida. Ellos vivieron junto a Jesús, «el mejor de hombres», el proyecto jamás soñado para el género humano; y le siguieron como al Mesías Hijo de Dios, que anunciaba la Buena Noticia del Reino de los cielos. Y ahora todo se ha venido abajo: Hace ya tres días que fue crucificado.
Y en el camino de Emaús, camino del desencanto, les asalta un forastero, que acompasa su paso con su caminar cansino, lleno de desilusión. Y les interroga: ¿de qué habláis? Le cuentan lo sucedido y le recriminan: ¿eres tú el único que no conoces lo sucedido a Jesús, en Jerusalén…? Pero, el forastero convierte de pronto sus preguntas en información: les explica, con las Sagradas Escrituras, que lo que había sucedido «tenía que suceder». Incluso les recrimina: ¡qué torpes y cerrados de corazón sois para creer lo que anunciaron los profetas!
El diálogo ha unido a los caminantes. Al llegar a Emaús, el nuevo compañero de viaje hace ademán de seguir. Y los dos discípulos, agradecidos, tienden la mano de la hospitalidad al forastero: ¡Quédate con nosotros que la tarde va de caída y viene la noche! El «tercer caminante» acepta la invitación, se queda y se sienta a la mesa: y ante el pan ofrecido, su bendición le delata: ¡ellos, le reconocen al partir el Pan! Aquel gesto les era familiar. Pero él desaparece. Y los discípulos expulsan la tristeza y llenan su pecho de alegría al reconocer al Maestro y comentan: ¿no ardía nuestro corazón mientras nos explicaba las Escrituras?
El encuentro con el Resucitado les ha cambiado la vida. Y comienzan «el camino de vuelta». Los que partieron de Jerusalén a Emaús entre el desencanto y la tristeza, vuelven a Jerusalén, a paso ligero, impulsados por la alegría, a explicar a los demás discípulos que el Señor ha estado con ellos y que han compartido con él mesa y conversación.
El mundo, hoy, es un inmenso éxodo hacia el Emaús de la desilusión y el desencanto. Y fiel a su proyecto, el Resucitado se acerca a cada caminante para explicarle las Escrituras y ofrecerle el regalo de la Eucaristía: el Pan partido y repartido.
También nosotros podemos conocerle al partir el pan. Se trata de mirar con otros ojos, los ojos de la fe. Cristo, el Señor, no ha huido del mundo, lo que ocurre es que vamos ciegos, ensimismados en nuestros asuntos y no descubrimos que junto a nosotros camina alguien que quiere explicarnos las Escrituras y partir para nosotros el Pan de la Eucaristía.
Desde la Resurrección del Señor, ningún hombre, ninguna mujer, caminan solos. Jesucristo Resucitado acompasa su nuevo caminar a nuestro ritmo: su Palabra es la mejor explicación a todas nuestras dudas e incertidumbres, y en el pan de la Eucaristía descubrimos su nueva presencia: ¡reconozcámosle al partir el pan!
Alfonso Crespo Hidalgo