El Evangelio de hoy viene oportunamente a nuestra mente y nuestro corazón, cuando corren vientos no muy favorables para la economía, según se dice. Parece ser que la tan temida palabra «crisis económica» nos envuelve, y cada uno estimamos que las soluciones planteadas no han llegado a nuestro bolsillo. Sin embargo, los medios de comunicación nos siguen mostrando continuamente las grandes desigualdades sociales: la paradoja de la pobreza y la injusticia latente en más de la mitad de la tierra.
Parece ser que sigue vigente una ley no escrita: para que unos puedan desarrollarse, debe ser a costa de otros. Eso sí, se dice con bellas palabras, con el enigma de las estadísticas y las cifras misteriosas. Lo mismo que hace unos siglos estaban los señores de la guerra, hoy podemos hablar de unos auténticos «señores del dinero», que dirigen la humanidad de forma contundente y con artes ocultas.
Pero habría que hacer una pregunta radical: ¿Es tuyo tu dinero? Hoy, incluso, en nuestras iglesias se pide dinero para los necesitados, pero ya apenas alguien expone la doctrina cristiana que, sobre el dinero, expusieron con fuerza teólogos, santos y predicadores como San Ambrosio o S. Bernardo de Claraval.
Una pregunta aparece constantemente en sus labios. Si todos somos hermanos y la tierra es un regalo de Dios a toda la humanidad ¿con qué derecho podemos seguir acaparando lo que no necesitamos, si con ello estamos privando a otros de lo que necesitan para vivir?
Por eso, cuando damos algo nuestro a los pobres, tal vez estamos en realidad, restituyendo lo que no nos corresponde totalmente. Escuchemos estas palabras de San Ambrosio: No le das al pobre de lo tuyo, sino que le devuelves lo suyo. Pues lo que es común es de todos, no sólo de los ricos… Pagas, pues, una deuda; no das gratuitamente lo que no debes.
No nos ha de extrañar que Jesús, al encontrarse con un hombre rico que ha cumplido desde niño todos los mandamientos, le diga que todavía le falta una cosa para adoptar una postura auténtica de discípulo: deja lo que tienes, dalo a los pobres, vente conmigo. El rico se alejó de Jesús lleno de tristeza. A este «joven rico» el dinero lo ha empobrecido, le ha quitado libertad y generosidad.
Un testimonio cristiano necesario, hoy, es llevar una vida austera, sin lujos extravagantes, viendo en el dinero un medio de vida, nunca un objetivo obsesivo. Sí, es verdad que hay páginas molestas en el Evangelio, pero no podemos arrancarlas.