El Evangelio es la Buena Noticia del perdón y la reconciliación entre todos, incluso con los enemigos. El perdón a los enemigos es una de las exclusividades que tiene el Evangelio y que nos distingue de otras visiones religiosas de la vida.
Perdonar al enemigo… La propuesta de Jesús de Nazaret extraña a sus paisanos: ¿cómo vamos a perdonar al enemigo? ¿Por qué no hacerle pagar su delito? Si no se castiga al delincuente, ¿no puede volver a delinquir y aprovecharse de su inmunidad?
Ciertamente no es fácil: perdonar nos cuesta. Lo que sale espontáneamente de nuestro corazón es la revancha: ¡me las pagaras! Nos cuesta porque, quizás, no hemos entendido qué es perdonar. Si nos situamos en el plano de la estricta justicia, el perdón no es posible: hay que cumplir escrupulosamente la ley el infractor debe cumplir la pena. Pero si miramos desde la clave del amor, el perdón es una de sus expresiones más sublimes. Perdonar es siempre «un acto de injusticia», porque quien lo recibe ha hecho algo malo, incluso es posible que haya reincidido en su maldad y por tanto no se merece el perdón. Pero el amor de Dios, derramado en nuestros corazones, supera la mera justicia y exige que perdonemos: porque el perdón es la otra forma de amar.
En el Evangelio de hoy, Jesús utiliza un resorte de estilo literario muy llamativo: «se os ha dicho… pero yo os digo»: Habéis oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente… Pero yo os digo no hagáis frente al que os agravia; habéis oído que se dijo: amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo… Más yo os digo: amad a vuestros enemigos y rezad pro ellos… El Maestro quiere subrayar ante sus discípulos que él nos trae una enseñanza nueva. No viene a abolir la Ley sino a darle más profundidad, un espíritu nuevo en su cumplimiento: no se trata de cumplir la ley por la ley sino de ver en su cumplimiento un progreso en nuestro deseo de santidad. Si cumplimos la ley, desde el espíritu que Jesús nos reclama, podemos llegar a ser «santos», porque la santidad consiste en: ser perfectos, como vuestro Padre, celestial es perfecto.
Esta es la clave que nos ofrece Jesús para poder perdonar: nuestro Padre Dios hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos… él es un Dios rico en misericordia e inclinado eternamente al perdón. Y si queremos pareceros a nuestro Padre, si queremos ser santos… el perdón al enemigo es una exigencia para cada uno de sus hijos.
Si siguiéramos la letra de la ley: ¡ojo por ojo!… ¿no terminaríamos todos ciegos? Pero si el amor de Dios nos lleva a perdonar, la sorpresa del perdón puede impulsar a la conversión del enemigo: el enemigo perdonado podría abrir los ojos y ver la luz de la salvación. Es humano resistirnos al perdón, pero perdonar es divino: cuando perdonamos nos parecemos a Dios. ¡Casi nada!
Alfonso Crespo Hidalgo