«ANTE QUIEN SE VUELVE EL ROSTRO». El profeta Isaías nos describe en varios poemas un cántico al Siervo de Yavé. El Siervo de Yavé, es uno de los nombres con los que es conocido aquel que es presentado por el mismo profeta como «la luz de las naciones, la esperanza de los pueblos, el rey de reyes, el Señor de los señores, el Mesías ansiado y el Salvador del mundo».
Son cánticos llenos de poesía. Pero no todo es poesía lírica. En el cántico del profeta hay un dramatismo intenso, propio del momento de la cruz. Estos poemas, son un anuncio de la Pasión del Señor; y la figura del Siervo de Yavé es una prefiguración del Mesías y Señor Jesucristo. Lo que se dice del Siervo es un adelanto de lo que veremos en la misma vida de Jesús de Nazaret, camino del Calvario, crucificado en el Gólgota.
El cántico que hoy leemos en la Misa es un cántico de confianza en el Señor: el Siervo narra su propia experiencia y nos dice que el sufrimiento, el dolor y muerte incluso, es posible porque: Mi Señor me ayudaba…
Esta relación del Siervo con su Señor, es un símbolo de la íntima relación de Jesús con su Padre Dios. Todo es posible soportarlo porque Jesús se sabe en las manos de su Padre; él le conforta y le apoya, él le sostiene en el camino de la cruz, él alivia el dolor de los clavos y la herida de la lanza; él le sostiene la cabeza que expira… él recoge su último suspiro… en él, se abandona: ¡todo está consumado!
Canta el profeta que el Siervo de Yavé, ofrece la espalda para que le golpeen, la mejilla para que le peguen, el rostro para ser mirado con desprecio… Precisa el profeta que quedó tan desfigurado que al pasar la gente volvía el rosto, no soportaban el mirarle a la cara.
Al dolor síquico de la traición de Judas, que narra el evangelio de hoy, se une ahora el dolor físico de la herida y la llaga, de los latigazos y los clavos… Tan desfigurado queda que no se soporta el mirarle.
El Salmo 68 que hoy recitamos en la Misa, es un canto anticipado del profundo abatimiento de Jesús en los momentos de la Pasión y, a la vez, se convierte en una oración de súplica en los días anteriores a la Cruz: Señor, que tu bondad me escuche en el día de tu favor. Por ti he aguantado afrentas, la vergüenza cubrió mi rostro; soy un extraño para mis hermanos, un extranjero para los hijos de mi madre… La afrenta me destroza el corazón y desfallezco. Espero compasión y no la hay; consoladores, y no los encuentro. En mi comida me echaron hiel, para mi sed me dieron vinagre. Pero la mano y la mirada de Padre, le harán soportar el dolor del alma, y todo el sufrimiento de su cuerpo. Así lo expresa el profeta: Tengo cerca a mi abogado, ¿quién pleiteará contra mí? Mirad, mi Señor me ayuda…
Atrevámonos a mirar cara a cara el rostro desfigurado de Jesús: ello, engrandecerá nuestro agradecimiento por lo que ha hecho por cada uno de nosotros: ¡Miremos a Jesús cara a cara!
Alfonso Crespo Hidalgo