Celebramos hoy una fiesta muy popular. Es tradición en muchos pueblos celebrar el «día de las candelas». Los fieles salen al encuentro del Señor con velas en sus manos para alumbrar la llegada del Mesías. Las candelas, que aún se encienden en muchos de nuestros pueblos, son un rescoldo de esta tradición.
El anciano Simeón está en los aledaños del templo, expectante ante la llega del Mesías. Él lo reconoce en la sencillez de aquella pareja, María y José, que se acerca al templo para cumplir la tradición de presentar al hijo primogénito al Señor.
Son los ojos de la experiencia, los ojos de la sabiduría que «ha saboreado la presencia del Señor», los que descubren el misterio de aquel niño, que aparece como un niño cualquiera: «Es el Mesías, Salvador». Simeón, exclama lleno de gozo: Ahora, Señor, según tu promesa puedes dejar a tu siervo morir en paz, porque mis ojos han visto al Salvador… El anciano ha cumplido el anhelo de su vida, considera ya terminada su tarea en este mundo. Y el anciano, con voz profética, presenta a la humanidad a aquel niño, en manos de una mujer de pueblo, acompañada de un trabajador sencillo: El es el Salvador, luz para alumbrar a las naciones y gloria de nuestro pueblo.
La presentación del Señor en el templo, es una fiesta que nos invita a abrir los ojos, iluminados por la luz de la fe. Se trata de descubrir en el misterio oculto de Jesús de Nazaret, el misterio profundo de nuestra salvación.
Quizás al hombre de hoy le falte la sencillez de mirada del anciano Simeón. ¡Queremos verlo todo con nuestros ojos… y nos falta ver con ojos de fe! El niño que contemplamos es el Niño anunciado por los profetas, el Salvador esperado por las naciones, el Hijo de Dios que viene, en la sencillez de lo humano a manifestarnos la grandeza de lo divino: Dios quiere a los hombres como hijos.
Otra anciana, Ana, acompaña al viejo Simeón contemplando la escena con admiración. Ella, que pertenece al resto de los sencillos de corazón, descubre con intuición femenina, que es testigo privilegiado de la presencia de Dios en medio de su pueblo.
Esta fiesta contempla a María, como una madre más que sostiene al hijo pequeño en sus brazos. Es tradición también presentar a los nacidos al Señor, y bendecir a las madres en este día. No hay escena más profundamente humana y entrañable que contemplar a una mujer con su hijo en los brazos: es la vida, es la luz que nace. Dios, hasta en esto se parece a nosotros: se nos presenta en brazos de su Madre. Y nos invita a reconocerle como el anciano Simeón, como la anciana Ana.
Alfonso Crespo Hidalgo