No todo es efímero, hay palabras eternas. El Evangelio de hoy, ya al final del año litúrgico nos adentra en la idea del final de los tiempos. El final del mundo, es una cuestión siempre abierta e inquietante para todos: creyentes y no creyentes. Cuando algún agorero anuncia «el final del mundo», todos desconfiamos con una sonrisa autosuficiente, aunque nos quedamos al acecho, «por si acaso».
¿Qué ocurrirá después de la muerte? ¿Tiene este mundo final? El evangelio utiliza un lenguaje apocalíptico de tinieblas, tribulaciones, estrellas que caen y ejércitos celestiales que tiemblan. Es sólo un lenguaje que no describe la posible realidad, pero sí tramite una enseñanza clara: El cielo y la tierra pasarán, pero la Palabra de Dios permanece.
Nadie sabe el día ni la hora, pero sí sabemos que hay un final de la vida y del mundo. Si nos quedamos sólo mirando el final del mundo o de los tiempos, podemos caer en una tristeza agónica, casi de desilusión y desesperación: ¿Vale la pena tanto esfuerzo humano, tanta caridad cristiana para que luego al final todo se diluya, como un terrón de azúcar, en el olvido y el caos? Hay muchos que respondiendo con un fatalismo sin fe, malviven la vida esperando simplemente la muerte que llegará. Incluso, cuando se sucumbe a la desesperanza, hay quien niega la vida adelantando voluntariamente la propia muerte.
No debemos perder el tiempo descifrando signos que nos permitan saber cuándo ocurrirá el final de los tiempos. La cita la concierta el Señor, no depende de nuestra voluntad. Y aquí no valen las recomendaciones. La actitud correcta es otra: vigilar, estar atentos, manteniendo viva la esperanza. El mensaje de Jesús, nos concede la esperanza como compañera de viaje. Todo tiene un final… Todo pasa, pero hay algo que permanece: las promesas de Dios. Hay algo más allá del caos o la destrucción, algo eterno que acepta los cambios pero que impide el olvido. Es la promesa de Dios: mis palabras no pasarán.
Y las palabras de Dios no son voces anónimas, sino diálogos amorosos entre el Creador y su criatura, entre Dios Padre y sus hijos. Diálogo que llega a su cumbre en Cristo Jesús, Palabra de Dios hecha carne. Y estas son las palabras de Dios: Padre, Hijo, hijos, amor, fe, esperanza, caridad, expresadas en un anhelo: os lo aseguro: estaréis conmigo en el paraíso. No es el final de los tiempos una amenaza para el creyente, sino simplemente una noticia anunciada.
Hay final para esta vida y este mundo, pero no es la catástrofe agorera de un sin sentido o de un desvanecerse de todo en la nada. Hay un el final de todo, pero la promesa de Dios es más fuerte que la destrucción. El Dios Creador, es también el Dios Padre que nos tiene anunciada una vida eterna: El que cree en mí, aunque muera vivirá. Mi palabra es palabra de vida eterna.