El Maestro sigue con la pedagogía de las parábolas. Hoy nos dice: El Reino de los cielos se parece a un hombre que sembró la buena semilla en el campo… pero al segar se encontró cizaña. Esta parábola está arrancada a la vida diaria de un pueblo agrícola como era el pueblo de Jesús. Aún resuenan en nuestros oídos los ecos de la parábola del domingo pasado: la parábola del sembrador. Todos conocemos al sembrador y sabemos que la semilla es su Palabra; vemos que hay tierras -nuestros corazones- que pueden ser buenas y malas, ahogando el fruto o germinando en ciento por uno.
Pero la semilla de la Palabra conlleva el riesgo de la cizaña: la mala hierba sembrada por el Maligno en el corazón del hombre. La cizaña es hierba que chupa las buenas intenciones del corazón y reseca la cosecha. En todos los creyentes, junto a la palabra sembrada en el corazón y regada por el agua del Bautismo, florece acechando la cizaña cultivada por el egoísmo humano. Es la lucha del bien y del mal en la profundidad de nuestra libertad. Para hacer un buen discernimiento, el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad.
Dios nos invita a arrancar la cizaña y quemarla. En nuestro corazón sembró Cristo su Palabra con la generosidad de la Cruz y nos invita a no ser mala hierba -cizaña- que ahogue el fruto prometido, que no es otro que la salvación de cada hombre y de cada mujer, el reencuentro de cada hijo de Dios en las entrañas de misericordia del Padre.
Ante ti tienes semilla y cizaña. Y el don de tu propia libertad, porque Dios reclama de cada uno de nosotros respuesta de amor y el amor no se impone.
La cizaña, sembrada por el enemigo, tiene a veces la sutil apariencia del bien: somos tan inteligentes los humanos que hasta podemos engañarnos a nosotros mismos. La semilla de la cizaña, nunca se presentará como algo malo, sino con la apariencia del bien: «bajo capa de bien», decía san Ignacio. Así, se siembra junto al trigo, se confunde y se deja crecer junto él… pero ocurre que cuando ya es fuerte ahoga el buen fruto, porque le ha chupado la savia, le ha debilitado la raíz.
La peor cizaña hoy es la indiferencia: no somos ni buenos ni malos… la mediocridad nos chupa las buenas actitudes, el deseo de mejorar y de hacer el bien. Y podemos sorprendernos a nosotros mismos, dando frutos aberrantes, que me dañan y dañan a la comunidad humana. Hay que estar atentos. El sembrador de la parábola, Jesucristo el Señor, ha esparcido en mí la buena semilla, y yo debo impedir que en mi corazón prenda también, camuflada, la cizaña. Para erradicar la cizaña del corazón, el Maestro reclama sabiduría y paciencia. Las precipitaciones, nunca son buenas consejeras.
La parábola termina con una alusión al final de los tiempos, cuando el mismo Dios separará la cizaña: los partidarios del Maligno, de la buena semilla: los seguidores del Reino. La cizaña se echará al fuego, y la buena semilla, los verdaderos discípulos, brillarán como el sol en el reino del Padre.
Alfonso Crespo Hidalgo