Hasta tres veces, proclama Jesús en el evangelio de hoy: ¡No tengáis miedo! El Maestro, que va a enviar a los discípulos por los caminos del mundo a predicar la Buena Noticia, les da palabras de aliento: ¡No tengáis miedo!
Se pone la propia vida en peligro por alguien que se ama. Si la vida es lo que más amamos, tan sólo si descubrimos un amor mayor la ponemos en riesgo, incluso la entregamos por la persona amada. El cristiano es quien ha descubierto un amor mayor: el amor de Dios manifestado en su Hijo. Un amor que ha llevado a Jesucristo al extremo de dar la vida por nosotros. «Amar hasta dar la vida» es su gran enseñanza, la piedra angular de su doctrina y el mayor testimonio de su vida.
Ser un verdadero discípulo es estar dispuesto a arriesgar la vida por el Maestro. Porque los auténticos maestros no son sólo los que enseñan cosas dignas de aprender, sino los que muestran un estilo de vida que seduce y vale la pena vivir. Hay muchos profesores, pocos maestros. La relación entre el Maestro y su discípulo supone una corriente interna de fidelidad. Y Jesús, que conoce en profundidad el corazón humano, sabe que a veces titubeamos; escondemos nuestro ser de cristianos por «miedo al qué dirán, por pudor o sentido del respeto humano…»: no viste mucho, hoy, proclamarse creyente o cristiano… ¡Desde Judas…, hay tanta traición al Maestro!
Por ello, nos dice: ¡No tengáis miedo a los hombres! ¡Ellos sólo pueden matar el cuerpo! Y da un motivo fundamental para eliminar nuestro temor. Simplemente nos pone una comparación: si Dios cuida de los gorriones, ¿no va a cuidar de vosotros? Dios nos conoce tanto que hasta tiene contados los pelos de nuestra cabeza… nos dice con una cierta exageración casi andaluza. Y hasta nos asegura: si os ponéis de mi parte delante de los hombres, yo me pondré de vuestra parte delante de mi Padre del cielo. Pero también dice: y si uno me niega, yo también le negaré.
Hoy resuenan las palabras del Maestro, que nos dice: «no tengáis miedo; decid al mundo que sois mis discípulos». Amad la verdad de vuestra vida y yo os aseguro que estaréis conmigo en el Paraíso.
El profeta Jeremías, perseguido y hecho hazmerreir de las gentes, es un testigo de cómo Dios le protege y defiende. El profeta grita: el Señor es mi fuerte defensor… cantad al Señor, alabadlo, que defiende la vida del pobre. San Pablo, un discípulo fiel, entendió bien el mensaje de su Maestro, y por eso exclamará, por la gracia de Jesús, la benevolencia y el don de Dios se desbordaron sobre todos nosotros… ¡nadie nos puede separar del amor de Cristo!
Podemos preguntarnos: ¿Si Jesús está de nuestra parte, si tenemos tan buen abogado, hay cabida para el miedo? ¿A quién podemos temer? ¡El amor, expulsa el miedo!
Alfonso Crespo Hidalgo