Estamos emplazados a pedir perdón. En este miércoles, al imponernos sobre la frente la ceniza, quedamos emplazados para pedir perdón a Dios: iniciamos un camino de conversión. Abrimos el sagrado tiempo de Cuaresma. Una Cuaresma especial, en un tiempo difícil.
A todos, en este “tiempo de gracia”, se nos ofrece una nueva oportunidad para el encuentro con el Señor. Es un tiempo propicio para la conversión. “Convertíos y creed el evangelio”: este es el slogan del Tiempo de Cuaresma. Y todos estamos emplazados a pasar esta consigna. A lo largo de estos cuarenta días la oiremos en todas las celebraciones, invitándonos a hacerla real en la vida de cada uno. Recreemos de nuevo la escena en la que Jesús nos lanza esta súplica.
Jesús pasea por la tranquila orilla del lago de Galilea y con la autoridad de quien sabe el valor de su misión va predicando e invitando a los hombres a que se sumen a su aventura del Reino. El Maestro proclama a los cuatro vientos: “¡Está cerca el Reino de Dios, convertíos y creed la Buena Noticia!” Lamentablemente parece que no tiene mucho eco. ¡Hay tanta indolencia! ¡Se pasean entre nosotros tantos sordos voluntarios!
Por ello, esta Buena Noticia, este mensaje de salvación necesita mensajeros que lo proclamen. Por ello, Jesús recorre Galilea haciendo discípulos. Con la mirada fija en el hombre le invita a seguirle: “¡Venid conmigo y os haré pescadores de hombres!” O lo que es lo mismo, aprenderos mi consigna y proclamarla a los cuatro vientos. Si los hombres la escuchan y la ponen en práctica el Reino de Dios irá adueñándose de la tierra.
Hoy, el mundo precisamente no es un lago que despierte la tranquilidad y el sosiego, en cuya orilla se pasee Dios. Se parece más bien a la Nínive pecadora que nos describe el profeta Jonás. Y para esta Nínive del nuevo Milenio Jesús reclama mensajeros que griten que el Reino de Dios está entre nosotros. Y para ello, el Evangelio nos invita a vivir unas actitudes que favorezcan la conversión: el ayuno, la limosna y la oración, favorecen que el hombre se ponga humildemente ante su Señor y le diga con voz suplicante la enseñanza del Salmo 50 que hoy proclamamos: “Misericordia, Señor, ¡hemos pecado!”
El camino de Cuaresma es un camino de conversión: un camino de esperanza, que hay que proclamar. Somos depositarios del don de la esperanza: el tesoro escondido que busca el hombre del tercer milenio.