El rey Salomón hace una súplica sorprendente a Dios. Ante la oferta de Dios: Pídeme lo que quieras y te lo daré, responde con palabras admirables: Tú has hecho rey a su siervo… concede, pues, a tu siervo, un corazón atento para juzgar a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal… Continua el relato del libro de los Reyes: agradó al Señor esta súplica… y le respondió: Por haberme pedido esto y no y no una vida larga o riquezas para ti… sino inteligencia para atender la justicia… te concedo, pues, un corazón sabio e inteligente, como no ha habido antes de ti… Salomón ha pasado a la historia como símbolo de sabiduría, siendo famosas sus sentencias.
La sabiduría es un precioso tesoro: no se trata de simple erudición o cúmulo de títulos, es sobre todo saborear las enseñanzas de Dios y gustar de la bondad de las cosas. El evangelio de hoy nos habla de este tesoro. ¡Qué gran pedagogo es el Maestro, y cómo sabe captar nuestra atención, buscando nuestros intereses más profundos! La parábola de hoy, el ejemplo que nos ofrece el Maestro es sencillo, como todo lo sublime. Se trata de un hombre que descubre un tesoro en un campo, va y vende lo que tiene y compra el campo… y, con el campo, el tesoro escondido.
Esta parábola, es una más de las que impartía al pueblo sencillo para explicarles en que va a consistir el Reino de Dios: el Reino que predica Jesús, es un tesoro para el hombre, una perla de infinito valor; vivir según el evangelio vale más que cualquier otro modo de vida: más que el dinero, el poder o los honores. Vivir según el Reino es vivir en felicidad. Si alguien la descubre, hace todo lo posible por conseguirla. Para ello, es necesario tener la sabiduría de Salomón.
La vida del hombre no se hace a base de renuncias sino de elecciones. El hombre está continuamente renunciando y eligiendo. Si nos fijamos sólo en lo que hemos tenido que dejar nos entristece, pero si valoramos lo que hemos escogido -y esto nos llena plenamente- la alegría se desborda.
El Reino que predica Jesús nos exige una elección radial por evangelio, eligiendo los valores sobre los que se construye este Reino: el amor, la justicia, la paz, la igualdad entre los hombres, que nos viene de la grandeza de ser todos hijos del mismo Padre Dios. Este es el tesoro escondido: Dios te ha salvado y te ha hecho hijo suyo. Es el mensaje que nos trae Jesucristo. Vale la pena dejar todo lo demás para alcanzar este tesoro infinito, que abre nuestra esperanza: le da sentido a la muerte, pero sobre todo le da pleno sentido a la vida.
Cuando nos afanamos tanto por descubrir tesoros escondidos, de pronto alguien nos dice que tiene el plano del mejor de los tesoros, y que está al alcance de todos. Un tesoro inagotable de felicidad, que brota hasta la vida eterna.
Realmente ¡todos los creyentes, los bautizados como hijos de Dios somos unos afortunados!
Alfonso Crespo Hidalgo