No hay un pueblo sin su Virgen ni la más pequeña aldea sin su Patrona. Y el amor sencillo de nuestras gentes, incluso las hacen rivales, queriendo cantar la belleza y devoción de una patrona comparándola con la del pueblo vecino. Pero bien sabemos todos que María es única: es la Madre del Señor y nuestra Madre.
Pero como a toda madre, los ojos de los hijos que la contemplan, la hacen maravillosa, única, y la convierten en propiedad: mi madre, mi Virgen, mi Patrona.
En un pueblo creyente, la fe se celebra unida a las tradiciones populares. Incluso podría decirse que la fe crea la tradición. Y sus expresiones externas expresan el sentimiento religioso y el modo de ser de cada pueblo. La Virgen del pueblo es la más señera identidad y la custodia más fiel de la historia de cada pueblo.
Hoy, el pueblo creyente, sobre todo el que vive volcado al mar celebra a la Virgen del Carmen. Muchos malagueños se apresuran a llevar flores para la Virgen de los Mares, que se pasea como «señora marinera» a lo largo de nuestras costas: de Manilva a Maro, del Palo a Fuengirola, haciendo estación en El Morche o Los Boliches. El mar esta noche tiene más luceros, pero sólo una Estrella: la Virgen del Carmen hace palidecer las constelaciones del cielo. Incluso se adentra en pueblos del interior para decirnos que Ella es la mejor «abogada de una buena muerte». Pero ella, ante todo, es la «reina de cada puerto», donde hoy se convierte de forma especial en huésped ilustre de cada barca, arropada por sus marineros.
Y ¿cuál es el origen de esta advocación? La Sagrada Escritura celebra la belleza del Carmelo, un monte donde el profeta Elías defendió la pureza de la fe de Israel en el Dios vivo. En el siglo XII, algunos eremitas se retiraron a aquel monte, constituyendo más tarde una Orden dedicada a la vida contemplativa, bajo el patrocinio de la Virgen del monte Carmelo. Este es el origen remoto de la Orden religiosa de los Carmelitas reformada después por Santa Teresa de Jesús. La Orden Carmelitana extendió la devoción a la Virgen del Carmen por toda la geografía católica. Esta advocación es de una popularidad grande entre los pueblos que miran al mar.
La Virgen Carmen se asocia al escapulario. Es un signo exterior de la relación especial de alianza que se establece entre María y sus devotos hijos: es como ese anillo de bodas que recuerda la alianza matrimonial. El escapulario nos hace presente la protección continua de la Virgen sobre nosotros, a lo largo del camino de la vida; y como un símbolo nos recuerda que la devoción a la Virgen no es algo puntual, sino como «un hábito», una «forma de vivir».
La procesión solemne y sencilla de la Virgen del Carmen, que portada por la fe de los hijos de la mar adentran a su Patrona en las aguas para que las amanse y bendiga y para que las haga fecundas para la pesca, es toda una invitación a una sincera oración.
Por Alfonso Crespo Hidalgo