«Estaban cenando…» señala el evangelio de hoy. El Señor había congregado a sus discípulos a una cena de despedida. En torno a aquella mesa común el Maestro nos brinda unos regalos preciosos. Todo comienza con una declaración de amor: Habiendo amado a los suyos, que estaban en este mundo, los amó hasta el extremo. Y se levantó de la mesa… se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla… Observemos los gestos: se quita el mando, signo de dignidad y señorío; se inclina de rodillas ante los discípulos para lavarle los pies, signo de los esclavos…
Parece lógico que Pedro se rebele: Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?… Y la respuesta del Maestro: Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde… Si no te lavo los pies, no tienes nada que ver conmigo… Y Pedro, se derrumba: Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza… El amigo confiesa la importancia de su amistad con Jesús.
Durante siglos, el único rito que la comunidad celebraba en este día era el lavatorio de los pies. Jesús lo dejó establecido: os he dado ejemplo para que lo que hoy yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis… Pero más que la repetición del gesto lo que quería que se mantuviese es su profundo significado: vivir en actitud de servicio. Servir a ejemplo del Señor que «se hizo esclavo de todos». Es una invitación a que también nosotros nos arrodillemos a los pies de tantos desvalidos y excluidos para sentarlos a nuestra mesa, hasta llevarlos a la mesa del Señor.
El gesto del lavatorio, solo es posible si estamos sentados a la mesa, si celebramos con autenticidad y corazón abierto la cena de la Eucaristía. En ella, está la clave que hace realizable la utopía de Jesús: «entregarse hasta dejarse comer». En un mundo compulsivamente posesivo, los dos gestos del Maestro son como un rayo que rompe la aparente normalidad: inclinarse ante el otro, sin mirarle como rival y entregarse a la utopía de construir el Reino de Dios con el nuevo mandamiento del amor. Todos, sacerdotes y seglares, estamos llamados al servicio de este Reino, desde nuestra vocación propia, como discípulos-misioneros del único Maestro.
Jueves Santo, día del Amor fraterno, día de la Eucaristía, día del Sacerdocio. Por la mañana, en la Misa Crismal, los sacerdotes renovamos la fidelidad a nuestras promesas sacerdotales; por la tarde, celebramos en nuestras comunidades la Cena del Señor. El amor al prójimo es el mandamiento de cada día, que hace visible y tangible el infinito amor del Padre.
Tuit del día: Con amor, pongámonos unos a los pies de los otros. ¿Me dejo lavar por Jesús y me inclino ante el hermano? ¿Siento en la Eucaristía a los que amo?
Alfonso Crespo Hidalgo