Hoy, cualquier negociación, un simple trato de lo más insignificante, debe quedar por escrito, sellado y acreditado; en el fondo se trata de una cuestión de confianza: el hombre se fía cada vez menos del hombre. La palabra dada va quedando arrinconada y casi nadie se la cree. ¡Qué lejos estamos de aquellos tratos que se firmaban con un simple apretón de manos! Todos queremos certificado de garantía, incluso en la amistad.
Dios y el hombre siempre han estado de tratos. Viene de lejos. Dios prometió desde antiguo, después del pecado, que le salvaría. Y el hombre aceptó la salvación. Y comenzó así una cadena de alianzas y, también, una larga historia de rupturas: a la fidelidad de Dios, el hombre respondía con su desconfianza e infidelidad. Y vuelta a empezar: Dios de nuevo busca a su pueblo para atraerlo a su amor y nosotros nos hacemos los distraídos. Es la historia del pueblo de Israel, en el que la humanidad está representada; también tú y yo..
Es tanto el desconcierto que vive el ser humano, esa innata desconfianza, que Dios le dará una señal, una prueba que certifique realmente que cumplirá su palabra. Y el profeta Isaías vaticina que la señal, será desconcertante: una virgen está embarazada y dará a luz un hijo, al que pondrá por nombre Emmanuel. Emmanuel es un nombre que nos llena de consuelo, que nos abre a una esperanza infinita; Emmanuel significa: «Dios-con-nosotros».
Pero en esta historia de siglos, no todo ha sido desconfianza humana. Siempre hubo hombres y mujeres que se han fiado de la palabra de Dios y que no necesitaban pruebas. A este grupo pequeño, pertenecen María y José: ellos son parte de ese «resto de Israel» que confían en las promesas Dios. Sólo desde una radical confianza en Dios se entiende el «sí radical» de María a la propuesta del ángel: Serás Madre del Salvador. Y sólo desde la sencillez espiritual de un alma como la de José se comprende su aceptación del anuncio del ángel: José, hijo de David, no temas acoger a María tu mujer, porque la criatura que lleva en su vientre viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús... José, cumple su papel en la historia de la salvación: aceptar como propios a una madre y su hijo, que no es de su carne, y ofrecerlo al mundo como signo de que Dios cumple su promesa.
El evangelio de hoy nos muestra ese difícil momento en el que se cruzan las miradas de María y José: sin papeles, incluso casi sin palabras, ellos firman un pacto de fidelidad entre sí y, sobre todo, con Dios. Han sido escogidos para ser madre del Mesías y él, el sencillo José, el protector y guía de la Madre y del Hijo: los dos grandes tesoros de Dios. Ellos son los protagonistas del signo de Dios, de la prueba de nuestra salvación: una virgen concebirá un niño y su nombre será Emmanuel. El será el Salvador del mundo.
Cuando nos pongamos ante el Belén familiar para contemplar la escena, podemos nuestra mirada y nuestro corazón en los personajes: la grandeza de Dios, hecho Niño; la fidelidad de María, convertida en Madre; la sencillez de José, convertido en privilegiado testigo del milagro. La sencillez de un Belén es la imagen que certifica la fidelidad de Dios a sus promesas de salvación: «imagen que vale más que mil palabras».
Alfonso Crespo Hidalgo