«HAY DOLENCIAS QUE NO SE CURAN SINO CON LA PRESENCIA», nos dice el místico san Juan de la Cruz. Las dolencias de amor, reclaman la presencia de la persona amada. No basta ya sus mensajes o sus cartas… hay momentos que el amor reclama el cruce de miradas.
El Sábado Santo es el día de la ausencia: ¡No está el Señor! Y si no está él, ¿a dónde ir… a quien buscar… donde colgar nuestra confianza, con quién intercambiar nuestro amor, de quién recibir la experiencia generosa del perdón? Si no está él, ¿quién va a explicarnos las Escrituras, quien va a multiplicar para nosotros el pan?
Día de la ausencia, día de la soledad. Ha terminado la Pasión de Jesús, y descolgado de la cruz ha sido encerrado en el sepulcro. Un bello himno de la Liturgia de las Horas, cantará: ¡nunca tan adentro tuvo al sol la tierra! Comienza la pasión de los hombres: extraviados en su soledad, guiados por su propio egoísmo. Los hombres y mujeres del sábado santo, de todos los sábados sin Dios, vagan sin meta, sin hombro en quien apoyarse, sin mano a la que cogerse.
Y la soledad busca un sustituto. Porque todos los hombres y mujeres de todos los tiempos, en el fondo, no pueden vivir sin alguien que le mire a la cara y le indique una meta más allá de su mirada, de sus propias expectativas humanas, de sus propias posibilidades que terminan en la muerte. El Sábado Santo es una lección de pedagogía divina: si quitáis a Dios de vuestra vida, la soledad será vuestro compañero.
Por ello, aprendamos la lección y ya, desde la mañana del sábado, ansiemos que llegue la madrugada del día siguiente: el primero de la semana; abramos los ojos a la aurora y los oídos al canto del gallo, esperando al mensajero que nos traiga la noticia, la Buena Noticia de la Resurrección del Señor.
Y vendrá María Magdalena, y Pedro y Juan, y los discípulos de Emaús, y el incrédulo Tomás… y nos dirán: !Ha Resucitado el Señor, como él nos dijo!
Y cantaremos de alegría y entonaremos las aleluyas ensayadas. Porque sabemos que él ha resucitado, que la muerte no es la última palabra. Y lo sabemos porque él lo prometió y porque nosotros profundamente lo anhelamos. No puede quedar en el sepulcro, aquel que resucitó a Lázaro; no puede enterrarse en el olvido aquel que nos enseño a amar; no puede perderse en la historia quien nos selló su página más bella: Dios quiere a los hombres y les envía a su Hijo como Salvador.
Sábado Santo, sin el Maestro y sin el Señor… día de la ausencia, día de la soledad… la peor pesadilla del ser humano.
Preguntémonos con el salmo: Dinos centinela ¿qué ves, en la noche?: Secretamente, sabemos: ¡Ya viene la aurora que anuncia la Resurrección! Estemos en vela.
Alfonso Crespo Hidalgo