Fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor. Es lo que pedimos en la oración de la Misa de hoy. Una vieja tradición, que data de más allá del siglo XIII, relata la visita de Santa María Virgen en carne mortal, posada en un pilar de mármol, al apóstol Santiago para confortarle en la fe, a él y a los primeros cristianos convertidos en tierras de España. Les instó a que construyeran una capilla en aquel lugar, que sería en el futuro un templo que acogería a multitud de peregrinos.
Este es el origen de la devoción a la Virgen del Pilar y el continuo peregrinar de cristianos a este centro de oración que es la Basílica de Nuestra Señora del Pilar en Zaragoza. La devoción arraigada en nuestro pueblo, ha unido esta advocación mariana con la protección de los pueblos de España e Hispanoamérica: es Patrona de la Hispanidad. Y en su fiesta se quiere celebrar la especial vinculación evangelizadora de España con las tierras de Hispanoamérica. También está muy unida la devoción a la Virgen del Pilar con las Fuerzas Armadas, en concreto con la Guardia Civil que la tienen como patrona.
La Virgen del Pilar es una devoción muy extendida. Pero más allá de esta tradición, revestida por el amor popular de algo de leyenda, nos queda el sólido fundamento de la presencia de María en la vida de los cristianos. Ella es un pilar que sostiene nuestra relación con el Señor Jesucristo: ella es su Madre y nuestra Madre. Es un vínculo que nos une a Dios. Ella, como toda madre, tiene la virtud de la discreción: sabe siempre que su misión es señalarnos a su Hijo.
La oración de la Misa de hoy, es un resumen de la vida teologal de los cristianos: la vida que debe vivir un creyente como respuesta al amor de Dios. En esta oración se piden a Dios, por medio de María, tres cosas fundamentales: fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor.
La vida cristiana se apoya en tres triángulos. El triángulo trinitario: Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; el triángulo de la vida teologal: Fe, Esperanza y Caridad; y el triángulo de la Iniciación Cristiana: Bautismo, Confirmación y Eucaristía.
A la revelación de Dios Padre, Hijo y Espíritu, que nos habla y nos invita a formar parte de su familia, el hombre responde, ayudado por la Gracia, con una vida de fe, esperanza y caridad. El Bautismo nos hace hijos de Dios y miembros de su Iglesia, la Confirmación fortalece nuestra condición de hijos con la Gracia del Espíritu Santo derramada en plenitud, y la invitación a sentarnos a la mesa de la Eucaristía, nos constituye ya en cristianos adultos, que celebran la Fiesta de la Salvación. El traje de fiesta para el cristiano es un traje tejido de fe, esperanza y amor. Estas tres virtudes son «el pilar de la vida cristiana».
Alfonso Crespo Hidalgo